enero 02, 2006

El Túnel 2.0

Pues bien, mucho de lo que uno es lo define lo que uno hace. Parte de lo que hago es mi trabajo, el cual transcurre entre rejas y paredes, en una Unidad Penal.
Allí he podido conocer otros mundos, otras realidades, otras formas de vivenciar...


EL TÚNEL 2.0


Mientras miro por mi ventana se produce nuevamente la extraña mezcla de cerros y de smog con grupos de personas, tan personas como cualquiera, caminando de aquí para allá y de allá para acá. Tirar la huincha le dicen. Y a lo lejos veo que mueven sus labios como si conversaran, como si quisieran oídos para escuchar sus problemas con la familia, con la vida que está afuera de las rejas, pero que, a pesar de todo, aún permanece en el interior, al interior de cada pensamiento y de cada ilusión de libertad. Otros en medio de la cancha se arrodillan e imploran con los brazos extendidos hacia el infinito, como esperando que la fe los libere y haga el milagro de que los días, las semanas, los meses se tornen en segundos para ver "la calle" nuevamente.
Y muchos de ellos caminan intentando disimular la resaca de la chicha o de los pitos compartidos la noche anterior y que sólo por "un peso" les permiten olvidarse aunque sea por una horita que la "cana" los rodea y los asfixia. Pero también están los otros, las "mentes", que tienen su propia manera de pasar la "cana": no necesitan demostrar tanta "choreza" ni ensuciarse las manos con nada ni nadie; aquí hacen sus negocios y no molestan si es que no los molestan a ellos.
Más tarde, no importa quien seas ni cuánta transpiración recorra la espalda, siempre vendrá el matecito de la tarde, ese fraterno brebaje que circulando de mano en mano inspira a contar los pormenores de los delitos más impensados e increíbles. Pero en la cana la vida es así, hay que "hacerse ficha" para ser respetado y no importa si llegaste por robarle algunas chauchas a alguna abuelita, el caso es que esa historia termina siendo un gran asalto a un banco o a la casa de algún importante empresario.
De mentiras y de ilusiones se viste la rutina carcelaria. De vicios y de impudores se rodea el poder al interior de las rejas y los metálicos portones.
Y quizás la peor cárcel de todas no es aquella que limita los movimientos, sino aquella que limita el pensamiento. Si entras al sistema, ingresas a la diaria lucha por sobrevivir, por no ser "perkineao", por demostrar que eres de los "víos" y no estás ni ahí con los "giles", esos que trabajan con contratos y que tienen que darle duro todo un mes para ganar lo mismo que puedes hacerte en un buen fin de semana o con un buen dato.
Esta mañana, de hecho, uno de ellos me contaba acerca de su delito. Estaba por homicidio simple. Pero, claro, no fue culpa suya... a pesar de que me decía al mismo tiempo que había sido él quien había arrebatado con su filo la vida que corría por el otro fulano. Pero es que el otro se había metido con su mamita, la había "colgao" y él no podía quedarse así no más, "la mamita hay que respetarla", así que no tuvo otra opción que ir y desquitarse. "No fue culpa mía", me decía, "fue culpa de él porque se metió con mi mamita".
Y así viven en función de reflejos, como si fueran sólo músculos que se limitan a reaccionar automáticamente ante los estímulos. Las cosas son así no más. Así es la vida. Este mundo es de los "víos".
Y ese mundo acosa, persigue y no te deja libre, ni aunque salgas a la calle nuevamente: cumplido, con la "condi" o con la dominical.
Bueno, afortunadamente ese ajeno mundo está suficientemente lejos como para tocarnos. Y cuando lo hace es sólo tangencialmente. Cuando nos intercepta, nos remueve, es cierto; la impotencia nos inunda y sobrecoge, la rabia revuela por nuestras cabezas, pero con un poco de tiempo, con las palabras de quienes nos quieren, la herida va cicatrizando hasta que paulatinamente ese traumante asalto o aquel imborrable robo del que fuimos objeto pasa a ser sólo un mal recuerdo.
...Pero, no estaremos nosotros también en un mundo parecido, que, al final, de tan nuestro que es, tampoco nos damos cuenta de ello. Porque, a fin de cuentas, nuestra cárcel es más grande, pero nuestra condena también es mayor. Estamos prisioneros de por vida en este planeta.
Y creemos que tomamos nuestras propias decisiones, pero si lo pensamos un momento, muchas de ellas no son más que reflejos que hemos aprendido. Si me siento agredido me defiendo e incluso a veces soy yo mismo el que agredo antes de arriesgarme a ser el agredido. Porque en el fondo no podemos negar que esto de "ganar" igual nos interesa.
Es cierto, no se trata de que seamos ni los más prejuiciosos ni los más juiciosos. Somos lo que somos y eso está a medio camino entre la libertad y la esclavitud. Quizás tan solo somos libres para escoger nuestros Señores... Y buscamos dioses a los cuales seguir, ideologías que nos guíen, que nos hagan sentir más seguros.
¿Seremos capaces de al menos cumplir hidalgamente nuestra condena?
Por mi parte, reconozco que a lo mejor soy un cobarde y estoy sólo huyendo de asumir que no soy más que un montón de células reunidas azarosamente. Pero encontré un túnel y lo voy a terminar de cavar por mí mismo. Un túnel que me sacará de esta oscura realidad y que talvez no haga otra cosa que llevarme a otra prisión, pero quiero y persisto en mi decisión de ser libre, o al menos más libre de lo que soy ahora.
El túnel de la inmortalidad ha ensuciado mis uñas al cavarlo, mi espalda está adolorida por el trabajo, pero he avanzado y en las noches de ardua labor, cuando los pulmones duelen de tanto polvo acumulado en ellos, varias veces he creído ver la luz del otro lado, como un pequeño faro o, mejor aún, como una lejana estrella que hipnóticamente atrae, como un imán que me impulsa a avanzar y que quizás sea únicamente el reflejo de la luz que dejo atrás. Pero algo me dice que realmente existe ese otro mundo y que ese túnel quedará ahí esperando para que otros más puedan escapar. ¿Alguien de ustedes me quiere acompañar?.


Santiago, 23 de marzo de 2005

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