noviembre 18, 2007

El Terapeuta como científico en acción

En el transcurso del proceso terapéutico el terapeuta si bien por un lado procurará mantener una adecuada dosis de tensión, paralelamente intentará orientar la energía psíquica del sistema self paciente-terapeuta hacia caminos que faciliten la elaboración constructiva de los contenidos psíquicos del paciente. Para ello, es menester que el terapeuta lleve a cabo estrategias que le acerquen hacia la mejor y más completa comprensión de los elementos en juego.

Con tal finalidad elaborará hipótesis a modo similar de lo que lo hace un hombre de ciencias al abordar cualquier cuestionamiento o problema científico y, de igual modo, procurará establecer la certidumbre o falsedad de tales hipótesis. Y, tal como Estany señala que "las hipótesis científicas son enunciados que son susceptibles de ser sometidos a contrastación", asimismo las hipótesis clínicas podrán ser contrastadas con la información recogida por el terapeuta y con las intervenciones que realice con el objetivo de ir aclarando tales hipótesis, ya sea para confirmarlas, para desecharlas o para posponerlas para un momento más oportuno.

De hecho, como asevera el mismo Estany, es posible sostener "que el razonamiento científico y la mayor parte del razonamiento cotidiano se plantea en términos probabilísticos y que, por tanto, cuando evaluamos una hipótesis lo hacemos calculando la probabilidad de dicha hipótesis a la luz de la información que hayamos podido recabar". Por lo tanto, las conclusiones que puedan obtenerse tras la contrastación de la hipótesis con los antecedentes e información surgida en un caso determinado siempre deberán ser consideradas como nuevas hipótesis, que cada vez mejor fundamentadas, nos entregan una mayor probabilidad de acercarnos al correcto enfrentamiento del problema en cuestión.

Es así como la certidumbre o falacia de una proposición o hipótesis en estricto rigor debe ser siempre objeto de crítica y de constante revisión. Concordantemente, aunque por distintos razonamientos, la fenomenología de Husserl plantea la necesidad de dejar "entre paréntesis" aquello que es puesto ante nuestra mirada.

En palabras de Francisco Varela, el mundo no puede ya ser tomado al "estilo Galilei", es decir, no es dable pretender la obtención de "descripciones del modo en que el mundo en verdad es independiente del sujeto conocedor". No obstante, según afirma el mismo Valera, "el vuelco de Husserl hacia la experiencia y 'las cosas mismas' era solamente teórico", esto es, "carecía totalmente de una dimensión pragmática"; y, citando a Merleau-Ponty, asevera que "precisamente por tratarse de una actividad teórica post-factum no pudo capturar la riqueza de la experiencia; sólo pudo ser un discurso sobre dicha experiencia".

Incluso Varela va más allá aún, llegando a señalar que "la actitud abstracta que Heidegger y Merleau-Ponty atribuyen a la ciencia y la filosofía es en realidad la actitud de la vida cotidiana cuando uno no está alerta. Esta actitud abstracta es el traje espacial, el acolchado de hábitos y prejuicios, el blindaje con que nos distanciamos de nuestra propia experiencia".

De hecho, en esta situación dilemática se enmarca claramente la experiencia terapéutica. Por diversas razones, desde la formación académica, las teorías subyacentes o hasta los propios mecanismos psíquicos del terapeuta, es posible que éste pretenda establecer una relación aséptica, considerándose un observador e interventor externo, sin ningún involucramiento directo en el proceso terapéutico que se desarrolla ante sus ojos a modo de un experimento o práctica de carácter estrictamente científico.

No obstante, al parecer tales suposiciones no son más que fantasiosas pretensiones, que se derrumban al ser miradas por una segunda vez.

La imagen aparece muy nítida: es imposible meterse en el barro y pretender no ensuciarse al menos los pies.

Tal como el científico de cualquier área, el terapeuta debiera asumir su trabajo más que como una actividad efectuada desde lo incorpóreo y la abstracción una labor realizada desde una óptica "corpórea" e "integral"; vale decir, incorporando todo el rico bagaje que supone su calidad de ser humano.

El término "corpórea" es utilizado aquí en el mismo sentido que Varela le otorga respecto a la reflexión científica desde una visión fenomenológica, es decir, aludiendo "a una reflexión donde se unen el cuerpo y la mente"; con tal formulación Varela "pretende aclarar que la reflexión no es sobre la experiencia, sino que es una forma de experiencia en sí misma".

De esta manera, el terapeuta debiera participar del encuentro terapéutico con todas sus funciones cognitivas activadas; ya sean pensamientos o sentimientos, sensaciones o intuiciones. Así se hará partícipe de un proceso que no sólo enriquecerá mayormente a su paciente, sino que también le enriquecerá a sí mismo.

noviembre 03, 2007

La tensión en terapia


El encuentro terapéutico que se establece en lo que podríamos denominar el "self paciente-terapeuta", supone que uno de los mundos que se intersectan en dicho encuentro está validado institucionalmente —correspondiente al rol del terapeuta—, en tanto el otro mundo —el del paciente— acude al anterior en procura de ayuda específica para lo cual acepta y valora la validación institucional que se otorga al terapeuta.

En un encuentro así planteado, es evidente la disparidad que aflora y que genera al menos un par de dilemas. Un primer dilema está en que ambos participantes sean capaces de soportar y sostener a través del tiempo la tensión que implica una situación de distribución disímil del poder en una relación de esta naturaleza. En un segundo nivel y de manera simultánea al anterior, el terapeuta debe procurar mantener y sobrellevar adecuadamente la tensión entre el bagaje profesional-académico-institucional que fundamenta tanto su intervención como su razón de estar en la relación terapéutica, versus la propia situación de encuentro entre dos seres humanos, cada uno con su propio mundo significante.

La tensión puede ser descrita como un diferencial establecido por una contraposición o interacción de fuerzas; en tal sentido, se puede hacer corresponder con el concepto físico de energía potencial. La resolución de dicha tensión corresponde a la distensión provocada por la liberación de la fuerza, ya sea por un desborde descontrolado o un encauzamiento creativo de ella.

Al parecer entonces, una práctica clínica adecuada, una buena práctica terapéutica, requiere de una correcta resolución de las tensiones involucradas.

Dinámicamente, se tiene una polaridad inicial provocada por la aparición de dos fuerzas que interactúan. Dicha polaridad constela el arquetipo del binario, el cual pudiera ser resuelto desde una perspectiva del poder, en cuanto uno de los dos —generalmente el terapeuta— puede generar o hacer presencial algún tipo de poder sobre el otro; o bien desde la perspectiva del amor, en la cual se procura una resolución sintética que mancomune a los dos elementos originales y originarios de la tensión en un tercero en que se establezca la "conjunctionis" o reunión de los opuestos.

Si es la segunda la perspectiva adoptada, se podrá establecer una com-unidad que devenga en un mundo compartido con tensiones internas, pero ya sistémicamente estabilizado, con su propia homeostasis.

En una "unidad compuesta" como la así establecida las tensiones internas se resolverían más bien por cambios tipo 1 que por aquellos del tipo 2, según lo descrito por Paul Watzlawick y sus colaboradores de Palo Alto. Ello, por cierto, hasta el surgimiento de situaciones en que la tensión sea tan grande que derive en una disyuntiva entre la destrucción del sistema o una reestructuración radical de éste.

En el primero de ambos casos, la relación terapéutica se verá finalizada, ya sea por una oportuna derivación por parte del terapeuta, por un "acting" del paciente o definitivamente por el abandono por parte de éste de la terapia.

Por el contrario, en el segundo caso, la tensión entre los opuestos — adecuadamente inducida y orientada por parte del terapeuta— podrá conducir al aumento en la motivación del paciente, de modo tal que se posibilite así un avance hacia la resolución efectiva del problema que le traía a consultar; lo que en términos de Watzlawick significaría la ocurrencia de un cambio tipo 2., es decir, un cambio transformativo.