agosto 06, 2006

Némesis

En el mundo clásico griego, el concepto de Aidos hacía referencia a la reverencia hacia lo sagrado y la consecuente vergüenza que surge cuando dicha sacralidad ha sido transgredida. Aidos es posible encontrarla traducida como reverencia, como respeto, vergüenza, cuidado por la buena opinión de otros, etc.

El diálogo platónico de Protágoras relaciona “aidos” con “dike”, pudiendo esta última ser entendida como el respeto por los derechos ajenos y el sentido de justicia que ello supone. En el diálogo en cuestión se indica que en determinado momento, temiendo Zeus por el total exterminio de la raza humana, decide enviar al dios mensajero (Hermes) hasta los mortales, llevándoles “aidos y dike para que fueran los principios ordenadores”. Ante esta orden “Hermes le preguntó a Zeus como debería de repartir dike y aidos entre los hombres: —¿Debería distribuirlos como estaban las artes distribuidas; o sea, a unos pocos selectos, un individuo talentoso teniendo lo suficiente de medicina o de cualquier otro arte para muchos sin ese talento? ‘¿Debe ser ésta la forma en que tengo que distribuir dike y aidos entre los hombres, o debiera dárselos a todos?’ ‘A todos,’ dice Zeus; ‘Me gustaría que todos tuvieran una parte; pues la ciudad no puede existir, si únicamente unos pocos comparten las virtudes, como en las artes.’”

Al respecto, el profesor inglés Gilbert Murray nos refiere que “hay barreras invisibles que un hombre dotado de Aidos (reverencia) no desea pasar. Hybris las pasa todas”.

Aristóteles, en su segundo libro de la Retórica señala que la hybris consistía en la afrenta de quienes cometen algún daño con la intención de sobresalir entre los otros, provocando vergüenza o simplemente deshonra a alguien. Un segundo tipo de hybris sería propio exclusivamente de aquellos soberanos y poderosos incapaces de conformarse con las posesiones ya adquiridas, no pudiendo refrenar sus ansias de abarcarlo todo, y que finalmente acaban cayendo en la tentación del abuso de poder y en la reivindicación de injustas pretensiones. Se creía que tal hybris se generaba a raíz de la "hartura" (koros) y que, debido a la ira que producía en los dioses, acarreaba epidemias, malas cosechas y esterilidad sobre sus pueblos y tierras. Platón por su parte, en el Fedro, se refiere a la hybris como un deseo que "atolondrada y desordenadamente nos tira hacia el placer, y llega a predominar en nosotros" y Herodoto la alude como un símil del "desatarse" propio de los desbordes fluviales.

En síntesis, hybris es la tendencia a transgredir los límites, es la insolencia, la irreverencia. “Hybris representa la arrogancia humana que se apropia de aquello que pertenece a los dioses. Significa trascender los límites humanos”; es “el orgullo que se ha sobrepasado a sí mismo”. Como parece natural para la cultura griega, ante la ausencia de aidos, producto de hybris, se hace necesario un castigo, una búsqueda de recuperación del equilibrio. En tal sentido, “Némesis es la reacción provocada por una ausencia de Aidos o sea Hybris”.

Némesis era una diosa del mundo griego que representaba “la justicia en su aspecto que castiga y restituye, de poder que bate la desmesura”. Los etruscos, por su parte, se representaban a Némesis con un narciso en sus manos; el narciso es la flor que simboliza la muerte por el amor a sí mismo.
Una idea similar subyace en el concepto de pecado introducido en la iglesia católica por Agustín de Hipona, más conocido como San Agustín. Señala Agustín que "las almas no buscan, en sus propios pecados, sino una especie de semejanza con Dios". Desde este punto de vista el pecado original no fue en verdad en desobedecer a Dios, sino más bien, pretender ser como Dios.

Al parecer, tales conceptos están presentes en diversas culturas desde tiempos inmemoriales hasta nuestros días. Es así como ideas semejantes surgen al analizar mitos como el de Ícaro, Prometeo, Ixion o el de Adán y Eva. Ellos no son más que símbolos, esto es, imágenes que evocan conceptos trascendentales; y esas imágenes evocan claramente a nuestra propia conciencia y su acción rectificadora.

En este contexto, adquiere un renovado significado aquella sentencia bíblica que expresa: "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados" (Mt 5,6). Tal hambre y tal sed provienen de nuestra conciencia y su saciedad se logra igualmente en el ejercicio de esa misma conciencia. Cada vez que nos enfrentamos con nuestras vanidades o nuestros narcisismos, no sería malo ejercer la Némesis, ponernos la mano en el corazón y reconocer que no somos más de lo que realmente somos… pero tampoco menos.