abril 30, 2006

Jung y el símbolo

El símbolo, nos señala el psiquiatra suizo Carl Gustav Jung, "es la mejor designación o fórmula posible de una situación factual relativamente desconocida, pero cuya presencia se conoce o se exige". Esto lo complementa al señalar que "es un símbolo todo fenómeno psicológico, si se supone que dice y significa más cosas y otras cosas que las que dice y significa y que se sustraen a nuestro conocimiento actual".
A mi entender estas formulaciones acerca del símbolo presentan oscuridades difíciles de comprender sin una elaboración más amplia. Procuremos avanzar en tal sentido.
Como una manera de aclarar conceptos, parece oportuno establecer algunas diferenciaciones. Jung al respecto realiza una distinción entre el símbolo y el "signo" o "concepción semiótica", con estos últimos se hace referencia a una "analogía o designación abreviada de una cosa".
De igual modo, refiere una diferenciación entre símbolo y "síntoma", de modo tal que las acciones sintomáticas se refieren a "un proceso fundamental determinado y conocido por todos", aludiendo explícitamente con ello a lo que Freud denominaba a su vez como símbolo.
La alegoría, por su parte, alude a cualquier "paráfrasis o reconfiguración intencionada de una cosa conocida".
Así entonces, a partir de definir lo que no es el símbolo, creo que es posible tener un poco de mayor claridad acerca de lo que sí es.
Ahora bien, el símbolo requiere, para ser identificado como tal, de una actitud particular de la consciencia de quien lo observa. En tal sentido sería posible hablar de un fenómeno simbólico, puesto que no se presenta como un hecho dado ante nuestra consciencia, sino que en conjunto con ella define la relación así establecida como simbólica.
De hecho, Jung nos refiere que algunos individuos poseen dicha "actitud simbólica", en tanto que otros no hacen más que subordinar el sentido de los fenómenos a los hechos puros.
No obstante, Jung nos menciona la existencia de algunos elementos, cuya definición como símbolos no depende de la actitud individual ante su presencia, puesto que se revelan "de por sí en la influencia simbólica sobre el contemplador". Tales elementos se caracterizan en que carecerían de sentido alguno si no tuviesen un sentido simbólico. En general, tales símbolos tendrán también un "efecto universal", por cuanto refieren a elementos tan primitivos que su omnipresencia se encuentra "fuera de toda duda".
También Jung nos habla de una vitalidad propia de los símbolos. Es así como se puede decir que un símbolo está vivo únicamente cuando para el contemplador "es la mejor y más alta expresión posible de lo presentido y aún no sabido", es decir, "está vivo mientras se halla preñado de significado. Pero si el símbolo ha dado a luz su sentido, esto es, si ha sido encontrada la expresión que formula mejor (...) la cosa buscada (...) el símbolo muere".
A este respecto, me parece interesante incorporar los conceptos de lo llamado exotérico y lo esotérico. La palabra "esotérico", en el sentido que hoy en día se le da, aparece por primera vez en el texto "Stromates" de Clemente de Alejandría, hacia el año 208, usándola para designar "lo que debe permanecer secreto, y remite tanto a los misterios como a una enseñanza reservada a ciertos discípulos elegidos".
Es por ello que la vitalidad del símbolo estaría dada por su carácter esotérico, esto es, en el sentido más amplio del término, aquello que es imposible de ser expresado si no es por medio de símbolos, es decir, el misterio por esencia. En tanto que, desde una perspectiva exotérica, vale decir, atendiendo sólo a sus elementos superficiales, el símbolo siempre estaría vivo.
Ahora bien, me parece interesante también dar cuenta de la íntima unión existente entre los conceptos culturales de mito, rito y símbolo; los cuales constituyen a mi entender tres aspectos de una misma unidad. Mientras los símbolos conforman el referente concreto en que se depositan ciertos elementos trascendentes propios del inconsciente, los rituales los conjugan temporal y espacialmente en el aquí y el ahora, en tanto el mito entrega el sustento fundacional para ambos referentes. Es decir son tres formas de expresión para las ideas simbólicas. Claro está que la expresión "símbolo", en un sentido más amplio, se utiliza para aludir en general a cualquiera de tales formas de expresión simbólica.
El símbolo, en su sentido amplio y como se verá más adelante, es un producto de la integralidad del ser humano, interviniendo en su formación todas las funciones psíquicas. Asimismo, es un producto del diálogo entre lo inconsciente y lo consciente. Por ello la formación de símbolos se verá obstaculizada en quienes tengan menos desarrollada alguna de sus funciones psíquicas.
El símbolo, por tanto, se alimenta de los dos aspectos del psiquismo -lo inconsciente y lo consciente- lo que podríamos ver ejemplificado en la antigua imagen del Ouroboros (la serpiente o el dragón que se alimenta de sí mismo, de su cola).

En la imagen se combinan aspectos inconscientes (como el "contenido", que hace alusión a algo así como: la totalidad, el infinito, la unidad, la nada, etc.; es decir, algo indecible por el lenguaje racional), con factores aportados por lo consciente, el que entrega los elementos prácticos para traducir en alguna forma concreta dicho contenido (la imagen de la serpiente, los colores, los tamaños, las letras que acompañan el dibujo, etc.). De igual modo, participan las diversas funciones psíquicas: nuestra sensación percibe el dibujo, el intelecto lo intenta interpretar, el sentimiento ejerce valoraciones acerca de él, la intuición procura contextualizarlo, etc.
En cuanto a la imagen en particular del ouroboros, según mi apreciación, es posible ver en ella un reflejo de nuestro psiquismo al generar el propio símbolo. El aspecto consciente podríamos verlo en lo ennegrecido, mientras lo achurado sería lo inconsciente (que entrega parte de sí para alimentar la relación). A su vez, el consciente es capaz de apreciarlo (lo ve, lo saborea), incorporándolo dentro de sí, para generar una amplitud de la consciencia.
Así expuestas las cosas, podemos remitirnos ahora a la denominada "función trascendente". Esta función debe su existencia precisamente a la necesidad de lograr establecer la resolución de la dualidad, del diálogo, de la disputa entre tesis y antítesis. Dicha resolución podría no haber sido establecida de la manera nutricia que se expresa en la figura. De hecho, podría haber derivado en la opresión del uno sobre el otro, es decir, en una unilateralidad que deviene en cierto desequilibro psíquico. Dicha unilateralidad, no obstante, será inofensiva si no excede cierto nivel; pero si tal exceso se produce se provocarán irrupciones de la contratendencia, las cuales pueden llegar incluso hasta la patología.
La función postulada por Jung se denomina como trascendente puesto que procura, precisamente, trascender el estado inicial de disputa y acercarse a una complementariedad constructiva.
En palabras de Jung el símbolo vivo viene a constituir "la materia prima trabajada por la tesis y la antítesis"; la cual, en su proceso de conformación por la función trascendente, logra unificar los opuestos.
En términos alquímicos podría decirse que a partir del azufre de la conciencia y el mercurio del inconsciente colectivo es posible obtener la sal que equilibra los opuestos y cristaliza la Obra. O si se quiere, la función trascendente es lo que los alquimistas llamaban la transmutación que opera sobre el estado primigenio de disputa (plomo), del cual, tras un largo procedimiento en que se hace operar sobre él la piedra filosofal (el símbolo), es posible lograr la obtención del preciado oro de la integración o reunificación.
Respecto a la técnica misma a utilizar, Jung también nos entrega algunas apreciaciones. Es así como, tras indicarnos distintos elementos con los que sería posible operar la función trascendente (los sueños, las "ocurrencias libremente emergentes", los engaños de la memoria, las conductas sintomáticas, etc.) nos dice que ellos pueden ser más útiles en un trabajo "analítico" o "reductivo" (aludiendo a la utilización semiótica de los símbolos) que en el trabajo "constructivo", en el que el símbolo es tomado en su total dimensión (según la definición Junguiana de éste).
No obstante, para nuestro propósito nos sugiere la utilización de las "fantasías espontáneas", las cuales nos indica pueden ser ayudadas en su aparición. Con ellas se refiere a la utilización del libre decurso de la imaginación del afectado (a partir del propio estado de ánimo), debiendo registrar en palabras la imágenes obtenidas. Alternativamente, es posible recurrir a otros medios de expresión (dibujos, movimientos, escritura, etc.).
Para operar la función trascendente nos entrega un claro procedimiento, advirtiéndonos eso sí que debe procurarse una "relación compensatoria" o una "yuxtaposición" entre el principio creativo (centrado en aspectos formales y estéticos del símbolo) y el principio de la comprensión (preocupado del contenido y el significado del símbolo).
El primer paso de la operación consiste entonces en que la consciencia "presta sus medios de expresión al contenido del inconsciente", el cual también entregará la forma a la obra. El segundo paso, que nos refiere Jung como el más importante, trata de la "aproximación de los opuestos", con lo cual comienza "la relación entre el yo y lo inconsciente". El paso siguiente nos lleva a la función trascendente, en la cual la dirección pasa del inconsciente al yo, quien logra asumir (o reasumir) la conducción del psiquismo, ahora de un modo más integrado.
Me parece de utilidad dar cuenta ahora someramente acerca del origen etimológico de la palabra "símbolo". Ésta derivaría del griego: Sym-ballein, que significaría algo así como lanzar algo conjuntamente, aludiendo con ello "a dos partes de una pieza rota que servían para reconocimiento o contraseña".
Quizás esa "pieza rota" es nuestra psiquis y es justamente el símbolo el que logra realizar la reunificación de sus partes.
Para finalizar, quisiera recordar el mito de quien da nombre a nuestra rama de estudios: Psiquis, una hermosa doncella griega, tras recibir el toque de una flecha de Eros (el dios del amor), cae perdidamente enamorada del propio Eros. Tras vivir juntos un tiempo, a causa de la imprudencia de Psiquis, Eros la abandona. A Psiquis se le impone entonces la tarea de sortear cuatro pruebas, las que logra superar sólo tras la intervención de Zeus, el que motivado por los ruegos de Eros la devuelve a la vida, tras haber fallecido en la última de tales pruebas.
Psiquis, el alma más intelectiva (la consciencia), y Eros, el alma más pasional (lo inconsciente), sólo pueden lograr su boda tras lograr la mutua aceptación del otro y cambiar radicalmente sus formas de relacionarse y de vivir. Tanto así que Psiquis debe morir para poder renacer y recibir finalmente de Zeus la copa de néctar con la cual logra su trascendencia, su inmortalidad.