noviembre 20, 2006

El mito personal

Hace poco tiempo atrás me di a la tarea de intentar develar cuál podría ser mi mito personal, el mito que define mejor mi vida. Pero casi de inmediato me di cuenta de que me resultaba imposible determinar un único mito personal: no sería uno, sino varios los mitos que coexisten a lo largo de mi vida. Probablemente algunos ocupan un lugar más destacado que otros, pero el cuestionamiento en términos míticos acerca de cuáles serían los fundamentos de mi "ser en el mundo", como define Mircea Eliade a los mitos, parece tarea demasiado ardua de llevar a cabo tras tan sólo un pequeño tiempo de reflexión.
Talvez por ahora solo puedo atinar a recordar que hace algunos años tomé la siguiente imagen:
La vida es como un camino que todos debemos recorrer de uno u otro modo. Y, al parecer, la mayoría prefiere hacerlo en una especie de tren de carga; en el cual, encerrados y a oscuras, pueden sortear tal camino sin mayores sobresaltos. No deben hacer mayor esfuerzo que el compartir el encierro con sus compañeros de viaje y dejarse llevar por el tren hasta que un día el viaje finalice.
Sin embargo, hay otros que prefieren saltar del tren y realizar ese camino a pie. Se cansan y tropiezan. Deben soportar el sol quemante de verano y las frías lluvias del invierno. Y esos hombres, a fin de cuentas, al igual que los demás, un día ven su viaje terminar. Pero algo es distinto respecto a los otros; porque, si bien su esfuerzo es mayor, ellos pueden disfrutar del paisaje, pueden mirar las colinas y los valles, los ríos y los bosques; pueden escuchar el silencio de las noches de verano y disfrutar las solitarias reflexiones bajo el resplandor de las estrellas; o si lo desean pueden amanecerse compartiendo un buen vino con amigos o la alcoba de la mujer amada.
Es muy posible que esta dicotomía sea en verdad una falacia, como todas las dualidades del mundo, pero al menos me entrega puntos de referencia. Y de seguro mi vida está mucho más cerca de aquellos que, tal como los definió Jack Kerouac, son los vagabundos del Dharma.
El peregrino es aquel que camina "per agre", por el campo. Pues bien, prefiero pensar que soy uno de tantos peregrinos que disfruta de la vida, aquel que recorre la misma senda que ya tantos han transitado, pero nadie como yo.
Hace algún tiempo había asumido la felicidad como un estado de conciencia, en el sentido de que ella no consistía en otra cosa sino en tener apenas la necesidad de sólo un mínimo de bienestar físico y psicológico, pues ser feliz es asunto de simple decisión de cómo encarar la vida.
Hoy a esa decisión le puedo llamar proceso de individuación. Pero no importando el nombre que lleve, lo cierto es que supone de manera cierta un permanente diálogo; un diálogo entre mi héroe interno y el Sabio Maestro Secreto que habita algún rincón de mi ser, un diálogo al cual progresivamente se van incorporando más panelistas: el ánima, la sombra y mi función inferior.
La vida puesta así se puede visualizar como un caminar reflexivo, una búsqueda de creciente felicidad; pero, sobretodo, de permanente vigilia, para no enredarme en las palabras, para no creer demasiado en nada; porque sólo una felicidad trascendente, que no sea mero egoísmo autoreferente, una felicidad compartida con los demás, es el oro que me interesa transmutar.
Así dichas las cosas quedan muy bien en el papel, tal vez el mito de mi vida sea en verdad creer que puedo ser capaz de ser consecuente y mantener la esperanza de que en el último de los segundos de mi vida, cuando mire hacia atrás, pueda pensar que el camino recorrido realmente valió la pena.

noviembre 16, 2006

La Búsqueda

Si he de realizar un breve repaso a lo que ha sido mi vida hasta hoy, quizás deba comenzar por mis creencias de la juventud. En esos tiempos el cuestionamiento ante la muerte ocupó profundos y trascendentes espacios de mi vida. Como antecedente previo a ese periodo hubo un lapso de tiempo considerable en que el cuestionamiento acerca de la verdad de la doctrina católica, aceptada por mí hasta ese momento sin objeciones, hubo de llevarme por grandes tribulaciones. La palabra "búsqueda" sea probablemente la que mejor describa esos años.
Tras ingresar a estudiar una carrera mitad científica, mitad artística, esa búsqueda se tradujo en una mirada centrada en la necesidad de "hechos concretos". La muerte, en esas circunstancias, comenzó a vivenciarse como una posibilidad cierta y cuya esencia no podría ser otra que simplemente la ausencia total de existencia. Frente a tales expectativas vitales, la angustia generó una profunda crisis, de la cual me fue muy dificultoso poder salir.
En esos tiempos, el encuentro con la lectura de Hermann Hesse comenzó a llevarme por derroteros impensados hasta ese momento. Luego, tras la aceptación de la muerte como una circunstancia insoslayable, la búsqueda comenzó a trasladarse al encuentro de una mejor manera de utilizar el tiempo de vida que tuviese.
El arte y la música fueron una respuesta exquisita para esos cuestionamientos. Malher, Wagner o Chopin fueron un bello estímulo para reforzar la idea de que la felicidad no depende de la forma en que finalice la vida. Al mismo tiempo, la posibilidad de crear nueva música, a través de mis incursiones en el mundo de la música popular, complementaron armoniosamente esa sensación.
Con la aceptación de la vida tal como se me presentaba, surgió paulatinamente la necesidad de una lucha por lograr que esa felicidad pudiera estar al alcance de todos. La política entonces vino a remecerme y a despertar un héroe interior que deseaba expresar pacífica, pero activamente, sus convicciones entorno a la necesidad de libertad del ser humano, libertad que claramente suponía la tolerancia e igualdad de oportunidades, independientemente de las cunas y las nanas que cada uno pudiera haber tenido.
El descubrimiento de la filosofía oriental fue producto del Siddhartha de Hesse, el que encontró su claro complemento en la vivencia mística de algunas lecturas que me adentraron en el neoplatonismo y en el simbolismo de la alquimia. Un cambio vital fue el conocimiento de que la individualidad es sólo un resquicio para poder referirnos a las cosas que existen; de modo tal que asumir la existencia de una Unidad, de un Todo del cual somos parte, transformó mi visión del mundo.
A partir de entonces, el héroe interior ya no sólo se esbozaba como un defensor de la libertad, sino que era capaz de apreciar que si todos somos uno solo, entonces toda preocupación por los demás no es ni más ni menos que una preocupación por uno mismo; pero ya no en un sentido de egoísmo, sino que en la más autentica solidaridad. De este modo, como materia y energía que no desaparece, que sólo se transforma, aparece la posibilidad de la trascendencia.
Curiosamente, descubrir la Unidad del Todo se da en febrero de 1990, fecha en que debo asumir el mayor cambio vital de todos: la trascendencia individual que, en mi caso particular, tomó forma de una hija y de cuya pronta llegada tomé conocimiento en ese mes estival de comienzos de la última década del siglo XX.
El matrimonio, el trabajo de oficina, la separación, fueron las circunstancias que me llevaron a comprender que la vida de adulto era una realidad. Pero la psicología me esperaba, como escondida en un cofre, como un tesoro que aguardaba mi mejor madurez para poder asirla y apreciarla en su total resplandor.
Las circunstancias de mi vida me llevaron a Jung un par de veces, pero no era el tiempo aún. A fines del año pasado el tiempo, el dinero y la comprensión dieron paso al descubrimiento de la teoría analítica. Descubrimiento un tanto previsto, como anunciado en cada episodio de mi vida.
No se trata ni de una iluminación, ni de un despertar, ni de una transformación religiosa. Es simplemente el ordenamiento que otorga sentido a las cosas vividas; un ordenamiento que viene al mismo tiempo a transformar antiguas vivencias en herramientas de trabajo y que permite dar nombres científicos a realidades que acechaban la consciencia y la inconsciencia desde antes.
En un comienzo, al atisbar ciertas tendencias a la obsesividad, la buena ortografía, la rigurosidad de los argumentos y la búsqueda incesante de una verdad, adquirían un sentido distinto. Más tarde, el transformar esa tendencia a la obsesión en una tendencia al narcisismo, me llevan a cuestionarme acerca de mi actuación hacia los demás. Me pregunto si esa satisfacción que me inundaba cuando era capaz de organizar y dirigir alguna actividad, o haber asumido varios cargos de liderazgo, no eran sino muestras de un narcisismo oportunista y que nunca había sido capaz de ver.
El reflejo de los amigos y la profunda reflexión me entregaron algunas respuestas. Cada uno es cada cual. Cada quien tiene sus tendencias. Lo importante, al parecer, es respetar las tendencias ajenas y aprovechar las propias en procura de aquello que uno considere como bueno y deseable.
La paternidad y la pródiga amistad de tantos, de un lado, y la psicología, la mística, el arte, la ciencia y la política, por el otro, comenzaban a reunirse y transformarse un una sola explicación.
El pasado verano, una noche como tantas, en medio de la alegre compañía de amigos, en un breve momento de soledad, una sensación extraña me tomó por asalto. De pronto una imagen inundaba mis pensamientos: yo era uno con todo, no era el Todo, pero era uno con él. Una sensación indescriptible que me traspasó y que me remeció. Un asunto es entenderse como parte de la Gran Unidad que es la existencia y otra muy distinta es vivenciarlo en plenitud. Fueron unos minutos de algo que podría llamar, desde el prisma académico, como un breve episodio de una especie de hipomanía histérica. Pero esos minutos de consciente, pero vital acercamiento a la locura o al inconsciente, todavía permanecen retroalimentándose en más de alguno de mis circuitos neuronales.
Hoy en día no estoy muy seguro de los corpus estructurales que puedan mejor incorporar esa vivencia y mis reflexiones al respecto. Probablemente muchos otros la han tenido antes y, quien sabe, si quizás de formas mucho más potentes. No sé si pueda adscribir a una doctrina hoy en día; pero sí sé que la apertura a la búsqueda permanece y, aún más, se acrecienta.