diciembre 28, 2006

El símbolo y la perspectiva Junguiana



Carl Jung, estudioso del simbolismo tradicional anidado en artes como la alquimia, descubre que en general dichas artes aluden al símbolo como algo trascendente, no convencional y universal. A partir de tales reflexiones, Jung llega a entender al símbolo como "la mejor designación o fórmula posible de una situación factual relativamente desconocida, pero cuya presencia se conoce o se exige".

Pero Jung va más allá y aún más específicamente señala que “un símbolo no es un signo arbitraria y deliberadamente establecido, de un hecho conocido y concebible; sino una expresión manifiestamente antropomorfa, y por ello limitada, y sólo parcialmente válida, de algo suprahumano y sólo concebible hasta cierto punto. El símbolo es sin duda la mejor expresión posible, pero permanece por debajo de la altura que corresponde al misterio que designa”.

En dicho sentido, Jung nos señala que los símbolos no deben ser confundidos con los "signos", los que corresponderían a elementos "semióticos" poseedores de "un significado fijo", por cuanto constituyen abreviaturas convencionales para una cosa conocida, o alusiones a ella de uso generalizado. El símbolo en cambio, a diferencia del signo, posee "numerosas variantes análogas, y de cuantas más disponga tanto más completa y exacta es la imagen que esboza de su objeto".

Ahora bien, esta noción de símbolo podríamos decir que da cuenta de un objeto de estudio que, en términos más generales, podría llamarse "fenómeno simbólico". Con tal denominación podríamos entender el sistema conformado por un elemento simbólico o simbolizante, por un lado, y nuestra percepción, por el otro lado.

El elemento simbolizante puede ser de diversas índoles —ya sea gráfico, gestual, ritual, mítico, etc.—, pero deberá estar en condiciones de, al menos potencialmente, impactar en algún grado o forma la percepción del observador.

Claro está que si nuestra percepción no está abierta a aprehender dicho fenómeno, éste no generará impacto real alguno; por lo cual una “actitud simbólica” por parte del observador es un requisito indispensable para la existencia del fenómeno simbólico.

Ahora bien, el simbolismo corresponde, según Paul Diel, a un “conocimiento intuitivo del funcionamiento psíquico”. Esta afirmación adquiere plena luz si consignamos la aseveración junguiana de que "todos los símbolos, en su variedad infinita, en tanto son imágenes libidinales pueden reducirse en suma a una raíz muy sencilla: la libido y sus propiedades".

De este modo, podemos concordar con Fromm en cuanto a que “el lenguaje simbólico es un lenguaje en el que el mundo exterior constituye un símbolo del mundo interior, un símbolo que representa nuestra alma y nuestra mente”.

diciembre 14, 2006

Del Lenguaje al Símbolo


El filósofo inglés Bertrand Russell establece que “el lenguaje es un medio de exteriorizar y dar a conocer nuestras experiencias”; agregando que dos serían sus “fines primarios”: la expresión y la comunicación. No obstante, debemos considerar que tal comunicación no necesariamente se lleva a cabo hacia el exterior de la psiquis de cada ser humano, sino que también ocurre constantemente hacia su propio interior —por ejemplo, a través de reflexiones y “autodiálogos”— y no sólo a nivel consciente, sino también inconscientemente —por ejemplo, mediante recuerdos y sueños—.
Por su parte, el terapeuta y teórico de las comunicaciones Paul Watzlawick describe la existencia de dos tipos de lenguaje: uno con caracteres de "objetivo, definidor, cerebral, lógico, analítico” —identificado como ”el lenguaje de la razón, de la ciencia, de la interpretación y la explicación"—; y otro que podría ser llamado “el lenguaje de la imagen, de la metáfora, del pars pro toto, acaso del símbolo y, en cualquier caso, el lenguaje de la totalidad”.
De igual modo, en lingüística es posible distinguir dos modos de comunicación: el digital y el analógico. La modalidad digital es aquella en que para referirse a algo se utiliza una “designación que sólo tiene con lo designado una mera relación arbitraria”, es decir, convencional. En tanto que si entre la designación y lo designado existe una relación de semejanza de algún tipo, se está en presencia de la modalidad analógica.
Ahora bien, una característica relevante del lenguaje consiste en que ”no sólo sirve para expresar pensamientos, sino también para posibilitar pensamientos que no podrían existir sin él”. En tal sentido es posible entender “el aspecto creador del uso del lenguaje”, que es explicado por Noam Chomsky como la capacidad propia del ser humano “de expresar pensamientos nuevos y entender expresiones del pensamiento enteramente nuevas”. Claro está que podríamos redefinir la utilización del término “pensamientos” más bien como "productos psíquicos", incorporando así explícitamente la globalidad de la psiquis humana y sus funciones.
Desde una perspectiva similar, el filósofo germano Karl Jaspers señala que no todo el pensamiento consiste en “conceptos expresados a través de palabras” e indica que el modo de pensar primitivo se construye sobre imágenes, figuras, mitos, dioses, paisajes, colores, fenómenos de la naturaleza, etc. Y afirma que es precisamente esta forma de pensar la que fundamenta nuestro actual “lenguaje en palabras”; de modo tal que el pensamiento arcaico, sin “lenguaje en palabras”, habría cumplido el rol de ser “un germen y una transición” hacia un lenguaje más elaborado.
Por cierto que tanto la lógica como las matemáticas “no habrían prosperado como lo han hecho si los lógicos y los matemáticos hubiesen recordado continuamente que los símbolos deben significar algo”; por lo que es necesario reafirmar el hecho de la existencia paralela de dos formas de lenguaje.
Ambas formas de lenguaje conviven constantemente en nuestro ser, por lo que, de una manera muy general, sería posible entender sucintamente los procesos de comunicación humana como la utilización de referentes para "designar" fenómenos a los cuales se quiere aludir.
En virtud de las particularidades de los procesos comunicacionales es que algunos autores llegan incluso a considerar al lenguaje como “una posesión específica característica de la especie humana”. No obstante, Russell señala que “en materia de lenguaje como en otros ámbitos, hay una gradación continua desde la conducta animal hasta la del más preciso hombre de ciencia”.
El lenguaje de los símbolos, en tanto presente en toda la especie humana, es probablemente la más universal de todas las lenguas. No obstante, en palabras de Erich Fromm, es un "lenguaje olvidado" que aunque es universal y emana en sueños, artefactos, religiones o ideologías, el hombre por lo general no logra apreciarlo conscientemente, quedando a merced de lo que tal lenguaje provoque directamente a su inconsciente personal.
Fromm propone la existencia de tres clases de símbolos: el convencional, el accidental y el universal.
Los símbolos convencionales corresponden a aquellos que no guardan una “relación interna” entre el símbolo y aquello que es representado, sino que su relación es meramente producto de un acuerdo o una costumbre; ejemplo de lo cual serían la mayoría de las palabras utilizadas para designar cosas, así como otros emblemas tales como las banderas de los países o las señales de tránsito.
Los símbolos accidentales serían aquellos que tampoco mantienen una relación interna, no obstante, son producto de experiencias particulares que imprimen al símbolo de un significado distintivo y particular para el individuo que lo observa.
Finalmente, el símbolo universal es aquel en el que se establece una “relación intrínseca” entre el símbolo y lo simbolizado, como por ejemplo el símbolo del fuego, puesto que, entre otras cosas, podemos decir que “describimos con él, una modalidad anímica de energía, ligereza, movimiento, gracia, alegría”.
Por su parte, la Antropología Filosófica de Ernst Cassirer reflexiona entorno a que “el hombre ya no vive solamente en un puro universo físico sino en un ‘universo simbólico’”, de modo tal que el lenguaje, el mito, el arte y la religión vienen a constituirse en partes de dicho universo, conformando “los diversos hilos que tejen la red simbólica, la urdiembre complicada de la experiencia humana”. Y avanza aún más en su radical definición, argumentando que “la razón es un término verdaderamente inadecuado para abarcar las formas de la vida cultural humana en toda su riqueza y diversidad”, puesto que todas esas formas son —según señala Cassirer— de tipo simbólico; concluyendo que “en lugar de definir al hombre como un ‘animal racional’ lo definiremos como un ‘animal simbólico’”.

diciembre 05, 2006

Neumann, Jung y Fordham

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El ser humano, en el transcurso de su desarrollo, parece encontrarse obligado a librar una constante batalla entre aquello que le lleva a su autorrealización y aquella especie de inercia que le empuja en un sentido contrario; desarrollando un proceso al cual el psiquiatra suizo Carl Gustav Jung denominó "individuación".
Este desarrollo, según el analista israelí Erich Neumann, se lleva a cabo por medio de un despliegue seriado de etapas que estaría regido por el denominado Self o Arquetipo Central.
El arquetipo, recordemos, es un "patrón de organización" que estructura y define las formas en que un fenómeno se despliega; el Arquetipo Central, entonces, corresponde al patrón de organización que guía y subordina al conjunto de todos los demás arquetipos o patrones de organización.
Neumann denominó como "centroversión" a la función que ejerce el Self y que guía al individuo en su evolución a través de las distintas fases de su desarrollo. Este desarrollo lo lleva desde un caótico estado inicial, en que el ego está sumergido en el inconsciente, hasta llegar a la etapa madura de su evolución, más allá de la mitad de la vida. Este proceso ocurre en lo que Neumann denominó el eje ego-self.
El inglés Michael Fordham denominó "deintegración" a la formación del ego a partir del self. Tal concepto supone una evolución que avanza desde un ego que emerge desde el self, al cual estaba integrado, deintegrándose, para luego retornar a él en un proceso de reintegración.
Conceptos similares podrían expresarse señalando que lo que ocurre es un proceso de "diferenciación" entre el ego y el self, para más adelante concretarse una "conferencia" entre ellos. Con la utilización de los términos diferencia y conferencia me parece que podríamos dejar más en claro que el ego y el self están constantemente integrados, conformando una unidad estructural que, aunque evoluciona, conserva su carácter unitario.
Ahora bien, Neumann falleció cuando se encontraba en pleno trabajo de descripción del proceso evolutivo del ser humano desde la perspectiva analítica, habiendo alcanzado sólo a esbozar de manera relativamente detallada sus primeras etapas constitutivas.

noviembre 20, 2006

El mito personal

Hace poco tiempo atrás me di a la tarea de intentar develar cuál podría ser mi mito personal, el mito que define mejor mi vida. Pero casi de inmediato me di cuenta de que me resultaba imposible determinar un único mito personal: no sería uno, sino varios los mitos que coexisten a lo largo de mi vida. Probablemente algunos ocupan un lugar más destacado que otros, pero el cuestionamiento en términos míticos acerca de cuáles serían los fundamentos de mi "ser en el mundo", como define Mircea Eliade a los mitos, parece tarea demasiado ardua de llevar a cabo tras tan sólo un pequeño tiempo de reflexión.
Talvez por ahora solo puedo atinar a recordar que hace algunos años tomé la siguiente imagen:
La vida es como un camino que todos debemos recorrer de uno u otro modo. Y, al parecer, la mayoría prefiere hacerlo en una especie de tren de carga; en el cual, encerrados y a oscuras, pueden sortear tal camino sin mayores sobresaltos. No deben hacer mayor esfuerzo que el compartir el encierro con sus compañeros de viaje y dejarse llevar por el tren hasta que un día el viaje finalice.
Sin embargo, hay otros que prefieren saltar del tren y realizar ese camino a pie. Se cansan y tropiezan. Deben soportar el sol quemante de verano y las frías lluvias del invierno. Y esos hombres, a fin de cuentas, al igual que los demás, un día ven su viaje terminar. Pero algo es distinto respecto a los otros; porque, si bien su esfuerzo es mayor, ellos pueden disfrutar del paisaje, pueden mirar las colinas y los valles, los ríos y los bosques; pueden escuchar el silencio de las noches de verano y disfrutar las solitarias reflexiones bajo el resplandor de las estrellas; o si lo desean pueden amanecerse compartiendo un buen vino con amigos o la alcoba de la mujer amada.
Es muy posible que esta dicotomía sea en verdad una falacia, como todas las dualidades del mundo, pero al menos me entrega puntos de referencia. Y de seguro mi vida está mucho más cerca de aquellos que, tal como los definió Jack Kerouac, son los vagabundos del Dharma.
El peregrino es aquel que camina "per agre", por el campo. Pues bien, prefiero pensar que soy uno de tantos peregrinos que disfruta de la vida, aquel que recorre la misma senda que ya tantos han transitado, pero nadie como yo.
Hace algún tiempo había asumido la felicidad como un estado de conciencia, en el sentido de que ella no consistía en otra cosa sino en tener apenas la necesidad de sólo un mínimo de bienestar físico y psicológico, pues ser feliz es asunto de simple decisión de cómo encarar la vida.
Hoy a esa decisión le puedo llamar proceso de individuación. Pero no importando el nombre que lleve, lo cierto es que supone de manera cierta un permanente diálogo; un diálogo entre mi héroe interno y el Sabio Maestro Secreto que habita algún rincón de mi ser, un diálogo al cual progresivamente se van incorporando más panelistas: el ánima, la sombra y mi función inferior.
La vida puesta así se puede visualizar como un caminar reflexivo, una búsqueda de creciente felicidad; pero, sobretodo, de permanente vigilia, para no enredarme en las palabras, para no creer demasiado en nada; porque sólo una felicidad trascendente, que no sea mero egoísmo autoreferente, una felicidad compartida con los demás, es el oro que me interesa transmutar.
Así dichas las cosas quedan muy bien en el papel, tal vez el mito de mi vida sea en verdad creer que puedo ser capaz de ser consecuente y mantener la esperanza de que en el último de los segundos de mi vida, cuando mire hacia atrás, pueda pensar que el camino recorrido realmente valió la pena.

noviembre 16, 2006

La Búsqueda

Si he de realizar un breve repaso a lo que ha sido mi vida hasta hoy, quizás deba comenzar por mis creencias de la juventud. En esos tiempos el cuestionamiento ante la muerte ocupó profundos y trascendentes espacios de mi vida. Como antecedente previo a ese periodo hubo un lapso de tiempo considerable en que el cuestionamiento acerca de la verdad de la doctrina católica, aceptada por mí hasta ese momento sin objeciones, hubo de llevarme por grandes tribulaciones. La palabra "búsqueda" sea probablemente la que mejor describa esos años.
Tras ingresar a estudiar una carrera mitad científica, mitad artística, esa búsqueda se tradujo en una mirada centrada en la necesidad de "hechos concretos". La muerte, en esas circunstancias, comenzó a vivenciarse como una posibilidad cierta y cuya esencia no podría ser otra que simplemente la ausencia total de existencia. Frente a tales expectativas vitales, la angustia generó una profunda crisis, de la cual me fue muy dificultoso poder salir.
En esos tiempos, el encuentro con la lectura de Hermann Hesse comenzó a llevarme por derroteros impensados hasta ese momento. Luego, tras la aceptación de la muerte como una circunstancia insoslayable, la búsqueda comenzó a trasladarse al encuentro de una mejor manera de utilizar el tiempo de vida que tuviese.
El arte y la música fueron una respuesta exquisita para esos cuestionamientos. Malher, Wagner o Chopin fueron un bello estímulo para reforzar la idea de que la felicidad no depende de la forma en que finalice la vida. Al mismo tiempo, la posibilidad de crear nueva música, a través de mis incursiones en el mundo de la música popular, complementaron armoniosamente esa sensación.
Con la aceptación de la vida tal como se me presentaba, surgió paulatinamente la necesidad de una lucha por lograr que esa felicidad pudiera estar al alcance de todos. La política entonces vino a remecerme y a despertar un héroe interior que deseaba expresar pacífica, pero activamente, sus convicciones entorno a la necesidad de libertad del ser humano, libertad que claramente suponía la tolerancia e igualdad de oportunidades, independientemente de las cunas y las nanas que cada uno pudiera haber tenido.
El descubrimiento de la filosofía oriental fue producto del Siddhartha de Hesse, el que encontró su claro complemento en la vivencia mística de algunas lecturas que me adentraron en el neoplatonismo y en el simbolismo de la alquimia. Un cambio vital fue el conocimiento de que la individualidad es sólo un resquicio para poder referirnos a las cosas que existen; de modo tal que asumir la existencia de una Unidad, de un Todo del cual somos parte, transformó mi visión del mundo.
A partir de entonces, el héroe interior ya no sólo se esbozaba como un defensor de la libertad, sino que era capaz de apreciar que si todos somos uno solo, entonces toda preocupación por los demás no es ni más ni menos que una preocupación por uno mismo; pero ya no en un sentido de egoísmo, sino que en la más autentica solidaridad. De este modo, como materia y energía que no desaparece, que sólo se transforma, aparece la posibilidad de la trascendencia.
Curiosamente, descubrir la Unidad del Todo se da en febrero de 1990, fecha en que debo asumir el mayor cambio vital de todos: la trascendencia individual que, en mi caso particular, tomó forma de una hija y de cuya pronta llegada tomé conocimiento en ese mes estival de comienzos de la última década del siglo XX.
El matrimonio, el trabajo de oficina, la separación, fueron las circunstancias que me llevaron a comprender que la vida de adulto era una realidad. Pero la psicología me esperaba, como escondida en un cofre, como un tesoro que aguardaba mi mejor madurez para poder asirla y apreciarla en su total resplandor.
Las circunstancias de mi vida me llevaron a Jung un par de veces, pero no era el tiempo aún. A fines del año pasado el tiempo, el dinero y la comprensión dieron paso al descubrimiento de la teoría analítica. Descubrimiento un tanto previsto, como anunciado en cada episodio de mi vida.
No se trata ni de una iluminación, ni de un despertar, ni de una transformación religiosa. Es simplemente el ordenamiento que otorga sentido a las cosas vividas; un ordenamiento que viene al mismo tiempo a transformar antiguas vivencias en herramientas de trabajo y que permite dar nombres científicos a realidades que acechaban la consciencia y la inconsciencia desde antes.
En un comienzo, al atisbar ciertas tendencias a la obsesividad, la buena ortografía, la rigurosidad de los argumentos y la búsqueda incesante de una verdad, adquirían un sentido distinto. Más tarde, el transformar esa tendencia a la obsesión en una tendencia al narcisismo, me llevan a cuestionarme acerca de mi actuación hacia los demás. Me pregunto si esa satisfacción que me inundaba cuando era capaz de organizar y dirigir alguna actividad, o haber asumido varios cargos de liderazgo, no eran sino muestras de un narcisismo oportunista y que nunca había sido capaz de ver.
El reflejo de los amigos y la profunda reflexión me entregaron algunas respuestas. Cada uno es cada cual. Cada quien tiene sus tendencias. Lo importante, al parecer, es respetar las tendencias ajenas y aprovechar las propias en procura de aquello que uno considere como bueno y deseable.
La paternidad y la pródiga amistad de tantos, de un lado, y la psicología, la mística, el arte, la ciencia y la política, por el otro, comenzaban a reunirse y transformarse un una sola explicación.
El pasado verano, una noche como tantas, en medio de la alegre compañía de amigos, en un breve momento de soledad, una sensación extraña me tomó por asalto. De pronto una imagen inundaba mis pensamientos: yo era uno con todo, no era el Todo, pero era uno con él. Una sensación indescriptible que me traspasó y que me remeció. Un asunto es entenderse como parte de la Gran Unidad que es la existencia y otra muy distinta es vivenciarlo en plenitud. Fueron unos minutos de algo que podría llamar, desde el prisma académico, como un breve episodio de una especie de hipomanía histérica. Pero esos minutos de consciente, pero vital acercamiento a la locura o al inconsciente, todavía permanecen retroalimentándose en más de alguno de mis circuitos neuronales.
Hoy en día no estoy muy seguro de los corpus estructurales que puedan mejor incorporar esa vivencia y mis reflexiones al respecto. Probablemente muchos otros la han tenido antes y, quien sabe, si quizás de formas mucho más potentes. No sé si pueda adscribir a una doctrina hoy en día; pero sí sé que la apertura a la búsqueda permanece y, aún más, se acrecienta.

agosto 06, 2006

Némesis

En el mundo clásico griego, el concepto de Aidos hacía referencia a la reverencia hacia lo sagrado y la consecuente vergüenza que surge cuando dicha sacralidad ha sido transgredida. Aidos es posible encontrarla traducida como reverencia, como respeto, vergüenza, cuidado por la buena opinión de otros, etc.

El diálogo platónico de Protágoras relaciona “aidos” con “dike”, pudiendo esta última ser entendida como el respeto por los derechos ajenos y el sentido de justicia que ello supone. En el diálogo en cuestión se indica que en determinado momento, temiendo Zeus por el total exterminio de la raza humana, decide enviar al dios mensajero (Hermes) hasta los mortales, llevándoles “aidos y dike para que fueran los principios ordenadores”. Ante esta orden “Hermes le preguntó a Zeus como debería de repartir dike y aidos entre los hombres: —¿Debería distribuirlos como estaban las artes distribuidas; o sea, a unos pocos selectos, un individuo talentoso teniendo lo suficiente de medicina o de cualquier otro arte para muchos sin ese talento? ‘¿Debe ser ésta la forma en que tengo que distribuir dike y aidos entre los hombres, o debiera dárselos a todos?’ ‘A todos,’ dice Zeus; ‘Me gustaría que todos tuvieran una parte; pues la ciudad no puede existir, si únicamente unos pocos comparten las virtudes, como en las artes.’”

Al respecto, el profesor inglés Gilbert Murray nos refiere que “hay barreras invisibles que un hombre dotado de Aidos (reverencia) no desea pasar. Hybris las pasa todas”.

Aristóteles, en su segundo libro de la Retórica señala que la hybris consistía en la afrenta de quienes cometen algún daño con la intención de sobresalir entre los otros, provocando vergüenza o simplemente deshonra a alguien. Un segundo tipo de hybris sería propio exclusivamente de aquellos soberanos y poderosos incapaces de conformarse con las posesiones ya adquiridas, no pudiendo refrenar sus ansias de abarcarlo todo, y que finalmente acaban cayendo en la tentación del abuso de poder y en la reivindicación de injustas pretensiones. Se creía que tal hybris se generaba a raíz de la "hartura" (koros) y que, debido a la ira que producía en los dioses, acarreaba epidemias, malas cosechas y esterilidad sobre sus pueblos y tierras. Platón por su parte, en el Fedro, se refiere a la hybris como un deseo que "atolondrada y desordenadamente nos tira hacia el placer, y llega a predominar en nosotros" y Herodoto la alude como un símil del "desatarse" propio de los desbordes fluviales.

En síntesis, hybris es la tendencia a transgredir los límites, es la insolencia, la irreverencia. “Hybris representa la arrogancia humana que se apropia de aquello que pertenece a los dioses. Significa trascender los límites humanos”; es “el orgullo que se ha sobrepasado a sí mismo”. Como parece natural para la cultura griega, ante la ausencia de aidos, producto de hybris, se hace necesario un castigo, una búsqueda de recuperación del equilibrio. En tal sentido, “Némesis es la reacción provocada por una ausencia de Aidos o sea Hybris”.

Némesis era una diosa del mundo griego que representaba “la justicia en su aspecto que castiga y restituye, de poder que bate la desmesura”. Los etruscos, por su parte, se representaban a Némesis con un narciso en sus manos; el narciso es la flor que simboliza la muerte por el amor a sí mismo.
Una idea similar subyace en el concepto de pecado introducido en la iglesia católica por Agustín de Hipona, más conocido como San Agustín. Señala Agustín que "las almas no buscan, en sus propios pecados, sino una especie de semejanza con Dios". Desde este punto de vista el pecado original no fue en verdad en desobedecer a Dios, sino más bien, pretender ser como Dios.

Al parecer, tales conceptos están presentes en diversas culturas desde tiempos inmemoriales hasta nuestros días. Es así como ideas semejantes surgen al analizar mitos como el de Ícaro, Prometeo, Ixion o el de Adán y Eva. Ellos no son más que símbolos, esto es, imágenes que evocan conceptos trascendentales; y esas imágenes evocan claramente a nuestra propia conciencia y su acción rectificadora.

En este contexto, adquiere un renovado significado aquella sentencia bíblica que expresa: "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados" (Mt 5,6). Tal hambre y tal sed provienen de nuestra conciencia y su saciedad se logra igualmente en el ejercicio de esa misma conciencia. Cada vez que nos enfrentamos con nuestras vanidades o nuestros narcisismos, no sería malo ejercer la Némesis, ponernos la mano en el corazón y reconocer que no somos más de lo que realmente somos… pero tampoco menos.

abril 30, 2006

Jung y el símbolo

El símbolo, nos señala el psiquiatra suizo Carl Gustav Jung, "es la mejor designación o fórmula posible de una situación factual relativamente desconocida, pero cuya presencia se conoce o se exige". Esto lo complementa al señalar que "es un símbolo todo fenómeno psicológico, si se supone que dice y significa más cosas y otras cosas que las que dice y significa y que se sustraen a nuestro conocimiento actual".
A mi entender estas formulaciones acerca del símbolo presentan oscuridades difíciles de comprender sin una elaboración más amplia. Procuremos avanzar en tal sentido.
Como una manera de aclarar conceptos, parece oportuno establecer algunas diferenciaciones. Jung al respecto realiza una distinción entre el símbolo y el "signo" o "concepción semiótica", con estos últimos se hace referencia a una "analogía o designación abreviada de una cosa".
De igual modo, refiere una diferenciación entre símbolo y "síntoma", de modo tal que las acciones sintomáticas se refieren a "un proceso fundamental determinado y conocido por todos", aludiendo explícitamente con ello a lo que Freud denominaba a su vez como símbolo.
La alegoría, por su parte, alude a cualquier "paráfrasis o reconfiguración intencionada de una cosa conocida".
Así entonces, a partir de definir lo que no es el símbolo, creo que es posible tener un poco de mayor claridad acerca de lo que sí es.
Ahora bien, el símbolo requiere, para ser identificado como tal, de una actitud particular de la consciencia de quien lo observa. En tal sentido sería posible hablar de un fenómeno simbólico, puesto que no se presenta como un hecho dado ante nuestra consciencia, sino que en conjunto con ella define la relación así establecida como simbólica.
De hecho, Jung nos refiere que algunos individuos poseen dicha "actitud simbólica", en tanto que otros no hacen más que subordinar el sentido de los fenómenos a los hechos puros.
No obstante, Jung nos menciona la existencia de algunos elementos, cuya definición como símbolos no depende de la actitud individual ante su presencia, puesto que se revelan "de por sí en la influencia simbólica sobre el contemplador". Tales elementos se caracterizan en que carecerían de sentido alguno si no tuviesen un sentido simbólico. En general, tales símbolos tendrán también un "efecto universal", por cuanto refieren a elementos tan primitivos que su omnipresencia se encuentra "fuera de toda duda".
También Jung nos habla de una vitalidad propia de los símbolos. Es así como se puede decir que un símbolo está vivo únicamente cuando para el contemplador "es la mejor y más alta expresión posible de lo presentido y aún no sabido", es decir, "está vivo mientras se halla preñado de significado. Pero si el símbolo ha dado a luz su sentido, esto es, si ha sido encontrada la expresión que formula mejor (...) la cosa buscada (...) el símbolo muere".
A este respecto, me parece interesante incorporar los conceptos de lo llamado exotérico y lo esotérico. La palabra "esotérico", en el sentido que hoy en día se le da, aparece por primera vez en el texto "Stromates" de Clemente de Alejandría, hacia el año 208, usándola para designar "lo que debe permanecer secreto, y remite tanto a los misterios como a una enseñanza reservada a ciertos discípulos elegidos".
Es por ello que la vitalidad del símbolo estaría dada por su carácter esotérico, esto es, en el sentido más amplio del término, aquello que es imposible de ser expresado si no es por medio de símbolos, es decir, el misterio por esencia. En tanto que, desde una perspectiva exotérica, vale decir, atendiendo sólo a sus elementos superficiales, el símbolo siempre estaría vivo.
Ahora bien, me parece interesante también dar cuenta de la íntima unión existente entre los conceptos culturales de mito, rito y símbolo; los cuales constituyen a mi entender tres aspectos de una misma unidad. Mientras los símbolos conforman el referente concreto en que se depositan ciertos elementos trascendentes propios del inconsciente, los rituales los conjugan temporal y espacialmente en el aquí y el ahora, en tanto el mito entrega el sustento fundacional para ambos referentes. Es decir son tres formas de expresión para las ideas simbólicas. Claro está que la expresión "símbolo", en un sentido más amplio, se utiliza para aludir en general a cualquiera de tales formas de expresión simbólica.
El símbolo, en su sentido amplio y como se verá más adelante, es un producto de la integralidad del ser humano, interviniendo en su formación todas las funciones psíquicas. Asimismo, es un producto del diálogo entre lo inconsciente y lo consciente. Por ello la formación de símbolos se verá obstaculizada en quienes tengan menos desarrollada alguna de sus funciones psíquicas.
El símbolo, por tanto, se alimenta de los dos aspectos del psiquismo -lo inconsciente y lo consciente- lo que podríamos ver ejemplificado en la antigua imagen del Ouroboros (la serpiente o el dragón que se alimenta de sí mismo, de su cola).

En la imagen se combinan aspectos inconscientes (como el "contenido", que hace alusión a algo así como: la totalidad, el infinito, la unidad, la nada, etc.; es decir, algo indecible por el lenguaje racional), con factores aportados por lo consciente, el que entrega los elementos prácticos para traducir en alguna forma concreta dicho contenido (la imagen de la serpiente, los colores, los tamaños, las letras que acompañan el dibujo, etc.). De igual modo, participan las diversas funciones psíquicas: nuestra sensación percibe el dibujo, el intelecto lo intenta interpretar, el sentimiento ejerce valoraciones acerca de él, la intuición procura contextualizarlo, etc.
En cuanto a la imagen en particular del ouroboros, según mi apreciación, es posible ver en ella un reflejo de nuestro psiquismo al generar el propio símbolo. El aspecto consciente podríamos verlo en lo ennegrecido, mientras lo achurado sería lo inconsciente (que entrega parte de sí para alimentar la relación). A su vez, el consciente es capaz de apreciarlo (lo ve, lo saborea), incorporándolo dentro de sí, para generar una amplitud de la consciencia.
Así expuestas las cosas, podemos remitirnos ahora a la denominada "función trascendente". Esta función debe su existencia precisamente a la necesidad de lograr establecer la resolución de la dualidad, del diálogo, de la disputa entre tesis y antítesis. Dicha resolución podría no haber sido establecida de la manera nutricia que se expresa en la figura. De hecho, podría haber derivado en la opresión del uno sobre el otro, es decir, en una unilateralidad que deviene en cierto desequilibro psíquico. Dicha unilateralidad, no obstante, será inofensiva si no excede cierto nivel; pero si tal exceso se produce se provocarán irrupciones de la contratendencia, las cuales pueden llegar incluso hasta la patología.
La función postulada por Jung se denomina como trascendente puesto que procura, precisamente, trascender el estado inicial de disputa y acercarse a una complementariedad constructiva.
En palabras de Jung el símbolo vivo viene a constituir "la materia prima trabajada por la tesis y la antítesis"; la cual, en su proceso de conformación por la función trascendente, logra unificar los opuestos.
En términos alquímicos podría decirse que a partir del azufre de la conciencia y el mercurio del inconsciente colectivo es posible obtener la sal que equilibra los opuestos y cristaliza la Obra. O si se quiere, la función trascendente es lo que los alquimistas llamaban la transmutación que opera sobre el estado primigenio de disputa (plomo), del cual, tras un largo procedimiento en que se hace operar sobre él la piedra filosofal (el símbolo), es posible lograr la obtención del preciado oro de la integración o reunificación.
Respecto a la técnica misma a utilizar, Jung también nos entrega algunas apreciaciones. Es así como, tras indicarnos distintos elementos con los que sería posible operar la función trascendente (los sueños, las "ocurrencias libremente emergentes", los engaños de la memoria, las conductas sintomáticas, etc.) nos dice que ellos pueden ser más útiles en un trabajo "analítico" o "reductivo" (aludiendo a la utilización semiótica de los símbolos) que en el trabajo "constructivo", en el que el símbolo es tomado en su total dimensión (según la definición Junguiana de éste).
No obstante, para nuestro propósito nos sugiere la utilización de las "fantasías espontáneas", las cuales nos indica pueden ser ayudadas en su aparición. Con ellas se refiere a la utilización del libre decurso de la imaginación del afectado (a partir del propio estado de ánimo), debiendo registrar en palabras la imágenes obtenidas. Alternativamente, es posible recurrir a otros medios de expresión (dibujos, movimientos, escritura, etc.).
Para operar la función trascendente nos entrega un claro procedimiento, advirtiéndonos eso sí que debe procurarse una "relación compensatoria" o una "yuxtaposición" entre el principio creativo (centrado en aspectos formales y estéticos del símbolo) y el principio de la comprensión (preocupado del contenido y el significado del símbolo).
El primer paso de la operación consiste entonces en que la consciencia "presta sus medios de expresión al contenido del inconsciente", el cual también entregará la forma a la obra. El segundo paso, que nos refiere Jung como el más importante, trata de la "aproximación de los opuestos", con lo cual comienza "la relación entre el yo y lo inconsciente". El paso siguiente nos lleva a la función trascendente, en la cual la dirección pasa del inconsciente al yo, quien logra asumir (o reasumir) la conducción del psiquismo, ahora de un modo más integrado.
Me parece de utilidad dar cuenta ahora someramente acerca del origen etimológico de la palabra "símbolo". Ésta derivaría del griego: Sym-ballein, que significaría algo así como lanzar algo conjuntamente, aludiendo con ello "a dos partes de una pieza rota que servían para reconocimiento o contraseña".
Quizás esa "pieza rota" es nuestra psiquis y es justamente el símbolo el que logra realizar la reunificación de sus partes.
Para finalizar, quisiera recordar el mito de quien da nombre a nuestra rama de estudios: Psiquis, una hermosa doncella griega, tras recibir el toque de una flecha de Eros (el dios del amor), cae perdidamente enamorada del propio Eros. Tras vivir juntos un tiempo, a causa de la imprudencia de Psiquis, Eros la abandona. A Psiquis se le impone entonces la tarea de sortear cuatro pruebas, las que logra superar sólo tras la intervención de Zeus, el que motivado por los ruegos de Eros la devuelve a la vida, tras haber fallecido en la última de tales pruebas.
Psiquis, el alma más intelectiva (la consciencia), y Eros, el alma más pasional (lo inconsciente), sólo pueden lograr su boda tras lograr la mutua aceptación del otro y cambiar radicalmente sus formas de relacionarse y de vivir. Tanto así que Psiquis debe morir para poder renacer y recibir finalmente de Zeus la copa de néctar con la cual logra su trascendencia, su inmortalidad.

marzo 20, 2006

El camino de la montaña


Cuando el ser humano contempla el fuego, puede permanecer horas sentado observándolo sin darse cuenta, extasiado, ensimismado.

...Y es que el fuego es como un milagro que se expone enfrente nuestro. Como un suspiro divino que atraviesa nuestra existencia y que nos abruma con su misterio.

El fuego nos inunda de luz y calor; dos fenómenos que nos movilizan y nos ponen en camino hacia aquellos lugares que desconocemos, pero que, no obstante, nos atraen y embrujan.

El calor lo vivenciamos en la compañía de otros seres humanos... y porqué no, de otros seres vivos. Es el sentimiento que nos contacta con el otro y que nos devela como uno mismo, a pesar de nuestras diferencias aparentes.

La luz en tanto, es quizás más sutil. Es la iluminación, el entendimiento propio sólo del ser humano y que es el objetivo de muchos hombres del pasado, del presente y probablemente del futuro.

Según algunos autores, existirían dos vías para alcanzar dicha iluminación: la vía mística y la vía iniciática. La vía mística sería aquella en que la iluminación es alcanzada de manera instantánea por medio de un despertar repentino. La vía iniciática se relaciona en cambio con una iluminación progresiva, en que ella se alcanza solamente tras un arduo proceso de perfeccionamiento.

Como lo expresara Dion Fortune: "El Sendero de la Iniciación sigue las espirales de la serpiente de la Sabiduría del Árbol de la Vida", en contraposición con el "Sendero de la Iluminación", que sigue "el camino de la flecha".

Al parecer, la vía mística es aquella que siguen, por ejemplo, los budistas que a través del abandono de todo conocimiento, procuran llegar a la raíz de toda la existencia, es decir, a la unidad. O es la vía que siguen los místicos ascetas que se internan en los bosques o en las montañas para vivenciar a sus dioses directamente.

No obstante, la vía sinuosa del ascenso gradual es aquella que han escogido las escuelas iniciáticas para aproximar a sus adeptos hacia esa anhelada iluminación. De este modo, dichas escuelas se figurarían el proceso iniciático como un verdadero ascenso a la montaña.

Y en ese esforzado camino ascendente los mitos, símbolos y rituales se aparecen como verdaderas herramientas para colaborar en el desarrollo del hombre que vaga en busca de la luz. Claro está que tales herramientas no bastan por sí mismas para provocar el cambio. Como toda herramienta, su acción se hace posible sólo gracias a la acción ejercida por quien las ponga en práctica.

Por ello es que las ceremonias practicadas en tales escuelas iniciáticas al parecer no tienen un carácter consagratorio, entregando más bien oportunidades para el desenvolvimiento de las potencialidades y la superación de las debilidades de cada uno de quienes las experimentan. De hecho, varios de aquellos "iniciados" señalan que no por sólo haber participado en una ceremonia de iniciación un hombre se transforma en verdadero iniciado. Ellos aseguran que si no se logra aceptar las propias falencias, si no se reconoce con responsable humildad los humanos defectos de cada uno, se estará imposibilitado para corregirlos y, consecuentemente, impedidos para avanzar realmente en la senda de crecimiento que supone el camino iniciático.

Ahora bien, aquellos que han logrado llegar hasta cierto nivel en su ascenso a la montaña, indudablemente podrán contentarse con ello y descansar, solazándose de sus logros y sus descubrimientos. Pero esos mismos logros, esos mismos descubrimientos, son los que probablemente los llamarán a no ceder en su tarea, a no dar por concluida la brega, y, al mismo tiempo, a no conservar egoístamente sólo para sí tales progresos.

...Y quien sabe si alguna vez aquellos hombres logren llegar hasta la cima de la montaña, pero de seguro sus conciencias no quedarían tranquilas si en ese esfuerzo no llegaran a poner hasta la última gota de sudor.

enero 30, 2006

El último mensaje


Tras un año de silencio, el Gran Mago tomó su manto, su báculo y su lámpara, y salió de su ermita para hacer el recorrido final, la gran marcha que una voz interior le indicaba debía realizar para completar su crecimiento y su vida terrenal.

Después de todos estos años de escuchar a los hombres había escuchado tantas lenguas que le era imposible establecer cuántos sinónimos conocía de la palabra amor.

Había andado ya por los caminos del desierto y por la selva, había ascendido tres veces cada montaña sagrada y nadado en cien ríos, desde los más puros hasta los más turbios. Había superado la malaria y aún continuaba su lucha contra el cáncer. Pero ahí estaba, con el rostro sereno de quien se sabe dueño de sí mismo y con la mirada soñadora de quien a pesar de los años se va tornando cada vez más sencillo y más enamorado de la vida.

Por sus oídos habían transitado palabras de amor y de odio, de aquellos que se mofaban de su renuncia ante la riqueza y de quienes le alababan en su sabiduría.

El Gran Mago sabía hacerse escuchar, pero prefería no hablar mucho. Si tenemos una boca y dos oídos no es porque sí, solía decir, porque el silencio nos libera de la esclavitud en que nuestras propias palabras insisten en encerrarnos.

Su ermita era sencilla, propia de aquel que predicaba la libertad del hombre. Más de alguna vez tuvo que explicarse señalando: "No tengo sólo lo que no necesito y si llegara a necesitar más de lo que tengo es sólo una ilusión, una artimaña para entramparme e impedirme desarrollar mi libertad". Sin embargo, no criticaba a los ricos, más bien los compadecía: decía que quien más tiene es más esclavo, porque de tanta conquista y tantos tesoros acumulados, al final termina volviéndose esclavo de aquello que pretendía haber conquistado.

Y si bien no anhelaba muchas cosas, cuando quería emborracharse o hacer el amor a una mujer no dudaba en hacerlo. Decía que la esclavitud deriva de la ambición y no de aceptar lo que el cuerpo o el espíritu perciban como agradable.

Solía decir que el cuerpo de una mujer es como la suave brisa que recorre nuestra alma y le entrega la frescura y el aliento como para amar aún más este sagrado viaje que es la vida.
Pero ay de aquel que renuncia a la libertad esencial de ser uno mismo, sea en virtud de una mujer, de un amigo o de las circunstancias; porque el siguiente paso será siempre más doloroso que el anterior y las ligaduras se transformarán en telas de araña que aprisionarán el corazón hasta estrangularlo y asfixiarlo... de modo tal que aquella sublime brisa puede acabar transformada en la tempestad más horrenda que acabe alejándonos de nuestras propias decisiones, de nuestro centro, de nosotros mismos.

Porque, de ser así, ciegos y maniatados, no por el amor, sino por el egoísmo y la vanidad, nos transformamos en esclavos de las pasiones y perdemos lo único auténticamente nuestro que podemos entregar en una relación: nuestra dignidad y respeto. Si no nos respetamos y no nos amamos, el amor y el respeto que podamos entregar no serán más que ilusas quimeras fantasmales, espectros que al recibir el primer abrazo de la realidad mostrarán su verdadera condición, desvaneciéndose en la nada, dejándonos en el abismo más absoluto, sin poder entregar, sin poder recibir: sin poder amar.

...Y el Gran Mago sabía de amor, había amado tantas veces en su vida que la sombra del árbol construido con las hojas que cada relación le había significado, le brindaba tal sombra que jamás desfallecería por el abrasador sol del desierto.

Y él sabía del desierto casi tanto como del amor... sabía que su nombre significaba la "tierra roja", en contraposición a la "tierra negra", que era aquella que engendraba la vida y la muerte. La "tierra negra", aquella que cíclicamente se inundaba con las aguas del río, para dar muerte a todo lo que allí se encontraba, pero que sólo gracias a esas aguas que engendraban muerte era posible que surgiera más vida; por eso el negro era el color de la vida para algunos y de la muerte para otros... porque a fin de cuentas la vida y la muerte no son más que una sola cosa.

Porque todo es uno y uno es todo. Tanto así que acostumbraba a decir que entre todos nosotros, aunque existen diferencias de género, no existen diferencias de especie. Todos somos femenino y masculino al mismo tiempo. Es decir, aunque nuestros sexos puedan diferir, nuestras esencias son compartidas.

La dualidad es siempre sólo un artificio para comprender de mejor forma las cosas, es el análisis que todo entendimiento requiere, pero el cual es incompleto e ilusorio si no es vuelto a su origen por medio de la síntesis conciliadora... y esa síntesis conciliadora, esa profunda capacidad de armonizar la existencia, eso es precisamente el "amor".

El amor es la raíz de todo y a todo trasciende. Si somos capaces de romper las vendas que se empeñan en poner ante nuestros ojos las ilusiones y los egoísmos vanidosos, entonces podremos descubrir el amor en todo cuanto existe.

Más allá de la fantasía, de la cotidiana realidad que a cada uno le toca vivir, allí se encuentra la única existencia que de verdad existe, el único sonido que trasciende en toda nota y acorde musical, el único color que se anida en todo rayo de luz: es la materia prima de toda obra; está en todas partes, pero casi nadie la ve. Esa sublime esencia no es otra cosa que el amor: el sagrado descubrimiento de que aquello que los hombres llaman Dios no es más que la paz de mirarse en un espejo, el espejo de la realidad, que no es sino que nuestra propia imagen, nuestra propia semejanza con el amor.

...Y el Gran Mago tomó entonces su lámpara que le iluminaría cuando cegado por la ilusión, no pudiera guiarse por la razón o por su corazón. Tomó también su manto con el que abrigaría su corazón cuando el hielo de los hombres malintencionados pretendiese herirle. Y tomó también su cayado, aquella vara que desde hace tanto tiempo le acompañaba y que le recordaba que también era un cuerpo físico que debía cuidar y preservar... porque el Gran Mago había aprendido que uno no es un espíritu atado a una materia, sino una gran unidad que por la magia de la existencia se había convertido en un único ser, en que el cuerpo y el espíritu se necesitaban mutuamente para alcanzar la felicidad.

Así, con calma, pero con cierta melancolía, se despidió de la gente del pueblo, de sus Hermanos de existencia, se ató a su cintura un jarro con agua de la fuente de la plaza, se aprovisionó con un gran trozo de pan y emprendió la marcha.

...Y se le vio alejarse dejando entre la gente del pueblo el recuerdo de un Gran hombre, un Gran Mago, cuya mayor prodigio fue transformarse a sí mismo y hacer a cada uno de los aldeanos que le conocieron un poco más hombres, un poco más felices.

Su recuerdo es lo que le ha transformado en inmortal. Y su recuerdo no nos habla de un nombre o de algunas señas físicas, sino que su recuerdo se resume claramente en el mensaje que dejara grabado en las piedras de la fuente, al momento de sacar las últimas gotas de agua que bebería de ella: "La felicidad, la eudaimonía, está en bañarse con las aguas de la Conciencia para limpiarse de ilusiones y descubrir que realmente sí existimos".

(Originalmente escrito en Santiago, el 17 de diciembre de 2004)

enero 16, 2006

Eros

Para el mundo griego clásico, en particular para Platón, existirían varios conceptos que hoy en día relacionamos con el amor. "Eros" es el amor como deseo amoroso o pasión, "Philia" en tanto es la amistad y "Agapé" el amor en general.

Eros es sólo posible entre seres humanos y es expresión de la tendencia fundamental y constante del hombre hacia el bien, la cual es posible por la vía del conocimiento.

En El Banquete, Platón señala que: "En efecto, éste es precisamente el camino correcto para dirigirse a las cuestiones relativas al amor o ser conducido por otro: con la mirada puesta en aquella belleza, empezar por las cosas bellas de este mundo y, sirviéndose de ellas a modo de escalones, ir ascendiendo continuamente de un solo cuerpo a dos y de dos a todos los cuerpos bellos, y de los cuerpos bellos a las bellas normas de conducta, y de las normas de conducta a los bellos conocimientos, y a partir de los conocimientos acabar en aquel que es conocimiento no de otra cosa, sino de aquella belleza absoluta, para que conozca por fin lo que es la belleza en sí. En este instante de la vida, querido Sócrates -dijo la extranjera de Mantinea-, más que en ningún otro, vale la pena el vivir del hombre: cuando contempla la belleza en sí."

Más tarde, una idea similar pero con un giro distinto será planteada por el cristianismo. Es así como leemos en la Biblia que "Dios es amor" (1 Jn 4, 8). Dicho concepto es elaborado por San Agustín, señalando que para el ser humano, tanto individualmente como especie, el sentido de la vida es la lucha entre el amor a Dios y el amor a sí mismo. Y, a su vez, de esta dualidad, los escolásticos diferenciarán entre el amor de benevolencia, desinteresado, y amor de concupiscencia, egoísta.

Según Freud, el Eros se refiere al instinto o pulsión de vida, al cual se opone el instinto o pulsión de muerte, que luego sería conocido como "Thanatos".

Sartre, por su parte, plantea que "el amor es una empresa contradictoria condenada de antemano al fracaso". El proceso que describe sarte es aproximadamente así: El otro aparece ante nuestra conciencia como alguien que contempla desde fuera nuestra propia subjetividad, de modo tal que, "La fuerza de su mirada desconcierta y tendemos a hacer del otro un objeto de conciencia, hundiéndolo en la subjetividad, para evitar sentirnos sometidos a su mirada. Como la libertad del otro es irreductible, debemos asumir, como proyecto la idea de hacernos amar por el otro: si deseamos poseer a los demás, no basta poseer el cuerpo, hay que adueñarse de la subjetividad, es decir, del otro sujeto en cuanto ama. La empresa es imposible y siempre condenada al fracaso, porque hacerse con la subjetividad del otro es hacerse con su libertad, y ofrecerse a la libertad del otro es constituirse en objeto, alienar la propia libertad. Es una empresa de dioses, imposible para el hombre, y por eso «el hombre es una pasión inútil»"

Pero, después de tanta vuelta, ¿qué es amor para cada uno de nosotros?.

Por mi parte, debo confesar que tengo algunas teorías, teorías a las cuáles también amo y que por lo tanto están llenas de la subjetividad propia del amor.

En primer término, está claro que existen diversos tipos de amor (filial, fraternal, conyugal, parental, etc.) pero al parecer todos ellos refieren a una misma esencia, a una misma emoción aunque canalizada de diversos modos, dependiendo del objeto hacia el que ella se dirige.

En lo personal, yo me imagino al amor como un centro, una fuente primordial que vierte sus aguas luminosas para que quienes estén atentos y logren contemplarlas se nutran de ellas. Una fuente que es a la vez el centro de toda la existencia, por cuanto es en verdad el punto que refiere al círculo que le rodea. Ese punto, que bien pudiera ser llamado dios, es en verdad el ser en su más pura y absoluta realidad. Alrededor de él, reflejando el ser, se encuentra la existencia y en ella nos encontramos subsumidos todos aquellos seres que existimos desintegradamente.

El amor entonces, es aquello que nos recuerda que en verdad somos un único ser, es, por decirlo así, la universalidad, la vocación de universo que rige lo diverso que somos nosotros. El amor entonces es ni más ni menos que aquello que nos conduce y nos llama hacia el hombre integral.

Obviamente no me refiero necesariamente a una existencia física del amor como centro, pero es una existencia tan real como el significado de las palabras y como cualquiera de nuestros pensamientos. Es una existencia simbólica.

Si ese amor existe en el centro alrededor del cual giramos todos, no obstante, nos está velado contemplarlo directamente. De hecho los judíos plantean que es imposible mirar a Dios a la cara y el único hombre que lo habría hecho pudiendo sobrevivir habría sido Jacob.

Pues bien, ¿estamos entonces condenados, tal como lo señalaba Sartre, a la imposibilidad real del amor?

A mi modo de ver, existen alternativas. Una de ellas es la visión que logran los místicos al alcanzar la iluminación necesaria para acceder a la conciencia de ser uno con la existencia y con dios.

Otra alternativa, menos mística, pero más humana es la del amor pasional, de Eros.
Eros, como por todos es sabido, no existe de manera concreta: es un símbolo. Pero los símbolos sí tienen existencia y su función es la de reflejar ciertas realidades superiores o meta-abstractas que nos es imposible distinguir directamente por nuestro entendimiento.

Debido a la excesiva meta-abstracción del amor -o de dios-, sólo un símbolo muy especial nos permite ver su reflejo. Ese símbolo tan especial es otro ser humano, un ser humano, eso sí, que reúna ciertas características especiales que nos permitan ver ese reflejo.

Por cierto que del amor que hablamos no es un amor etéreo, sino uno muy concreto, tan concreto como aquellas pasiones que devoran el cuerpo y que hacen estremecernos cuando aquella amada nos ilumina con su mirada y nos abraza con su cuerpo.

La creación, por tanto, es fiel reflejo de ese amor del cual hablamos, por cuanto es la victoria del ser por sobre la diversidad. Es una dualidad -una diferenciación- que se fusiona y que logra realizarse en una nueva unidad. Es la generación producto de la diferenciación sexual y que se traduce en una nueva vida.

Ahora bien, es probable que sean más de uno los seres humanos en que podamos contemplar el reflejo de ese centro, algunos reflejarán más nítidamente, otros lo harán con ciertas deformaciones. Lo cierto es que probablemente nuestra búsqueda del amor se traduzca más bien en una búsqueda sagrada en que procuramos encontrarnos con dios en el rostro de quien amamos.

Y, porque no decirlo, creo haber divisado a Dios varias veces, pero aún lo sigo buscando... no en las nubes ni en las iglesias, sino en el calor y la luz de otro ser humano.


Santiago, 04 de noviembre de 2005.

enero 03, 2006

EL GRAN MAGO

Silencio... el Gran Mago ha hablado.

Ha dicho en su prédica lo que las lenguas humanas ni en mil años podrían señalar. Sus palabras nos traen el aliento divino que, aún sin estar concientes de ello, nos inundan de amor y sabiduría.

El Gran Mago ha hablado y ha dicho que cada uno de nosotros no es más que un suspiro de Dios, no es más que la tenue luz de una vela. Pero somos luz, somos parte de Dios y por ello somos tan grandes que jamás descubriremos nuestros límites.

El Gran Mago ha dicho que debemos estar atentos a la picadura del Escorpión. El equilibrio equinoccial de la balanza nos ha preparado para sumergirnos en las tinieblas y bajo el negro ropaje del escorpión deberemos morir para poder renacer y volar por las alturas.

Que qué somos, pues bien, el Gran Mago nos dice que somos aquello que seamos capaces de ser. Sólo basta con perder el miedo y dejar que el escorpión nos ronde, nos seduzca y nos inyecte de su veneno... porque si hemos seguido los pasos, si hemos superados las pruebas y hemos purificado nuestros corazones, ese veneno acabará con todo lo profano que nos ata a las vanidades de este mundo.

Vanidad de vanidades, todo es vanidad, así dijo el Predicador... todo cambia a nuestro alrededor, los campos, los ríos, los rostros de nuestros amigos; todo cambia, pero la esencia permanece. La materia prima de la Gran Obra siempre estará allí inmaculada, virginal, esperando por nuestra mirada para ser descubierta y ser fecundada con nuestras acciones. La Gran Virgen aguarda, tal como Penélope, el regreso de la Palabra, de aquél con quien engendrar más Palabra y más vida.

Tal como el ciclo anual la vida no es más que un dar vueltas sin sentido aparente, pero si escuchamos las palabras del Gran Mago y buscamos vivir en nosotros mismos la esencia de cada ciclo lograremos trascender el eterno retorno. El río está compuesto por infinitas gotas, esas gotas son el río, pero el río no es esas gotas... el río es una esencia, una sacralidad anidada en cada molécula de agua, pero que las trasciende, tal como la vida nos trasciende a cada uno de nosotros, pero aún así somos la vida.

Basta con simple y llanamente dejarse caer... soltar los lastres que nos atan a la imaginaria y supuesta realidad objetiva, para sumergirnos en la verdadera existencia, en la Suprema Unidad, en la única realidad que de verdad debe importarnos: la realidad de ser cada uno y de ser uno sólo con todo y todos los demás.

El Gran Mago ha hablado, pero también ha callado y ahora espera que sea nuestra propia conciencia la que tome la palabra, que escoja un camino y nos dé la luz y la fuerza necesaria como para seguirlo.

(Escrito hace ya un tiempo atrás en la Selva Santiaguina)

enero 02, 2006

El Túnel 2.0

Pues bien, mucho de lo que uno es lo define lo que uno hace. Parte de lo que hago es mi trabajo, el cual transcurre entre rejas y paredes, en una Unidad Penal.
Allí he podido conocer otros mundos, otras realidades, otras formas de vivenciar...


EL TÚNEL 2.0


Mientras miro por mi ventana se produce nuevamente la extraña mezcla de cerros y de smog con grupos de personas, tan personas como cualquiera, caminando de aquí para allá y de allá para acá. Tirar la huincha le dicen. Y a lo lejos veo que mueven sus labios como si conversaran, como si quisieran oídos para escuchar sus problemas con la familia, con la vida que está afuera de las rejas, pero que, a pesar de todo, aún permanece en el interior, al interior de cada pensamiento y de cada ilusión de libertad. Otros en medio de la cancha se arrodillan e imploran con los brazos extendidos hacia el infinito, como esperando que la fe los libere y haga el milagro de que los días, las semanas, los meses se tornen en segundos para ver "la calle" nuevamente.
Y muchos de ellos caminan intentando disimular la resaca de la chicha o de los pitos compartidos la noche anterior y que sólo por "un peso" les permiten olvidarse aunque sea por una horita que la "cana" los rodea y los asfixia. Pero también están los otros, las "mentes", que tienen su propia manera de pasar la "cana": no necesitan demostrar tanta "choreza" ni ensuciarse las manos con nada ni nadie; aquí hacen sus negocios y no molestan si es que no los molestan a ellos.
Más tarde, no importa quien seas ni cuánta transpiración recorra la espalda, siempre vendrá el matecito de la tarde, ese fraterno brebaje que circulando de mano en mano inspira a contar los pormenores de los delitos más impensados e increíbles. Pero en la cana la vida es así, hay que "hacerse ficha" para ser respetado y no importa si llegaste por robarle algunas chauchas a alguna abuelita, el caso es que esa historia termina siendo un gran asalto a un banco o a la casa de algún importante empresario.
De mentiras y de ilusiones se viste la rutina carcelaria. De vicios y de impudores se rodea el poder al interior de las rejas y los metálicos portones.
Y quizás la peor cárcel de todas no es aquella que limita los movimientos, sino aquella que limita el pensamiento. Si entras al sistema, ingresas a la diaria lucha por sobrevivir, por no ser "perkineao", por demostrar que eres de los "víos" y no estás ni ahí con los "giles", esos que trabajan con contratos y que tienen que darle duro todo un mes para ganar lo mismo que puedes hacerte en un buen fin de semana o con un buen dato.
Esta mañana, de hecho, uno de ellos me contaba acerca de su delito. Estaba por homicidio simple. Pero, claro, no fue culpa suya... a pesar de que me decía al mismo tiempo que había sido él quien había arrebatado con su filo la vida que corría por el otro fulano. Pero es que el otro se había metido con su mamita, la había "colgao" y él no podía quedarse así no más, "la mamita hay que respetarla", así que no tuvo otra opción que ir y desquitarse. "No fue culpa mía", me decía, "fue culpa de él porque se metió con mi mamita".
Y así viven en función de reflejos, como si fueran sólo músculos que se limitan a reaccionar automáticamente ante los estímulos. Las cosas son así no más. Así es la vida. Este mundo es de los "víos".
Y ese mundo acosa, persigue y no te deja libre, ni aunque salgas a la calle nuevamente: cumplido, con la "condi" o con la dominical.
Bueno, afortunadamente ese ajeno mundo está suficientemente lejos como para tocarnos. Y cuando lo hace es sólo tangencialmente. Cuando nos intercepta, nos remueve, es cierto; la impotencia nos inunda y sobrecoge, la rabia revuela por nuestras cabezas, pero con un poco de tiempo, con las palabras de quienes nos quieren, la herida va cicatrizando hasta que paulatinamente ese traumante asalto o aquel imborrable robo del que fuimos objeto pasa a ser sólo un mal recuerdo.
...Pero, no estaremos nosotros también en un mundo parecido, que, al final, de tan nuestro que es, tampoco nos damos cuenta de ello. Porque, a fin de cuentas, nuestra cárcel es más grande, pero nuestra condena también es mayor. Estamos prisioneros de por vida en este planeta.
Y creemos que tomamos nuestras propias decisiones, pero si lo pensamos un momento, muchas de ellas no son más que reflejos que hemos aprendido. Si me siento agredido me defiendo e incluso a veces soy yo mismo el que agredo antes de arriesgarme a ser el agredido. Porque en el fondo no podemos negar que esto de "ganar" igual nos interesa.
Es cierto, no se trata de que seamos ni los más prejuiciosos ni los más juiciosos. Somos lo que somos y eso está a medio camino entre la libertad y la esclavitud. Quizás tan solo somos libres para escoger nuestros Señores... Y buscamos dioses a los cuales seguir, ideologías que nos guíen, que nos hagan sentir más seguros.
¿Seremos capaces de al menos cumplir hidalgamente nuestra condena?
Por mi parte, reconozco que a lo mejor soy un cobarde y estoy sólo huyendo de asumir que no soy más que un montón de células reunidas azarosamente. Pero encontré un túnel y lo voy a terminar de cavar por mí mismo. Un túnel que me sacará de esta oscura realidad y que talvez no haga otra cosa que llevarme a otra prisión, pero quiero y persisto en mi decisión de ser libre, o al menos más libre de lo que soy ahora.
El túnel de la inmortalidad ha ensuciado mis uñas al cavarlo, mi espalda está adolorida por el trabajo, pero he avanzado y en las noches de ardua labor, cuando los pulmones duelen de tanto polvo acumulado en ellos, varias veces he creído ver la luz del otro lado, como un pequeño faro o, mejor aún, como una lejana estrella que hipnóticamente atrae, como un imán que me impulsa a avanzar y que quizás sea únicamente el reflejo de la luz que dejo atrás. Pero algo me dice que realmente existe ese otro mundo y que ese túnel quedará ahí esperando para que otros más puedan escapar. ¿Alguien de ustedes me quiere acompañar?.


Santiago, 23 de marzo de 2005

enero 01, 2006

El inicio

Justo hoy, un 01 de enero de 2006 después de pensar que el tiempo nunca alcanza como para mantener activos estos sitios, me decidí a crear uno.
No sé exactamente lo que pasará con este blog. Probablemente me servirá como una especie de libreta de apuntes o de bitacora vital, en la cual poder ir dejando plasmadas parte de las ideas que más de alguna vez rondan mi cabeza y que en algunas ocasiones me gustaría tener el tiempo suficiente como para poder conversarlas con otros para corregirlas, mejorarlas o simplemente desecharlas.
Hoy es el inicio de la historia de este blog y, como todo comienzo de una historia, es sólo una esperanza de futura realización. Es como la esperanza que simboliza el niño que religiones como la cristiana, la budista o la mithraica han querido hacer presentes para inspirar a sus seguidores, como un sutil fermento para remover en su inconciente la importancia de mantenerse firmes frente a los devenires de la vida.
Esas religiones, nacidas en el hemisferio norte, así como quienes comparten con ellos sus circunstancias, probablemente viven estas fechas de manera muy distinta a quienes estamos en sus antípodas. Allá el invierno arrecia, la oscuridad y el frío se enseñorean; hace sólo unos días la noche más larga del año ha hecho sentir sus efectos en la naturaleza y en el ser humano, por cierto, como parte de ella que es.
Mitos de niños que nacen en oscuras y pobres cavernas nos recuerdan la escasez de alimentos que rodea a esas culturas en estas épocas del año. Es la semilla que aguarda bajo la tierra, sufriendo la putrefacción, en la incertidumbre de si logrará convertirse en el alimento que coronará las cosechas... pero hoy todo es simple y pura esperanza; y con esas esperanzas deben procurar construir un futuro.
En ese contexto también nace el mito del bicéfalo Janus, el legendario dios romano (al parecer el único originario del Lacio), quien con un rostro analiza y evalúa el pretérito, y con el otro proyecta y sueña con el mañana. Hoy comenzarían en la Roma antigua las calendas januarias, celebraciones en honor de Janus y que de algún modo impelaban al escrutamiento de lo realizado en el ciclo anual que culmina y, a partir de ello, a la esperanza razonada de un porvenir fructífero.
Riquísimos mitos, de los cuales podemos extraer infinidad de corolarios. Sin embargo, acá, en el austro del mundo, al sur del trópico de capricornio, nuestras circunstancias son distintas. Tenemos el privilegio de tener sobre nuestras cabezas la máxima de la fuerza, la luz y el calor con que nos puede coronar el astro rey. Y ello posibilita que nuestro año nuevo implique un análisis centrado en otra tópica. Ya no es la incertidumbre y la esperanza, sino la cosecha y el reconocimiento el que puede guiar nuestra reflexión.
Claramente es cada uno el único que puede sacar sus propias conclusiones acerca de lo vivido y lo por vivir en "su vida".
Pero, al menos para mí, es mucho mejor tener la máxima luminosidad y la plenitud del calor estival para realizar las evaluaciones y las planificaciones propias de esta época.
La máxima luminosidad que espero de algún modo permita que mi mente vea claro y que el entendimiento logre iluminar cada rincón necesario... Y la plenitud del calor para que abrigue mi corazón de modo tal que entregue la fuerza necesaria para poner lo planificado en acción.
En cualquier caso -y como nunca está demás recordar- este día es tan sólo uno más. Somos nosotros quienes le otorgamos tal o cual significación.
A fin de cuentas, siendo sólo un día más, con análisis o sin análisis, con felicidad o depresión, con festejos o con austeridad, sólo se trata de continuar viviendo...
... Y mi vida, por cierto, espero que me permita seguir creando nuevos ciclos y nuevas metas, nuevas tareas y nuevos desafíos y que, en fin, me permita seguir abriendo puertas en este incomparable tránsito por la delgada línea que divide lo que fue de lo que vendrá.
Erick.