enero 22, 2008

El Inframundo


El mundo subterráneo como elemento mitológico está presente en prácticamente todas las culturas del orbe.

Mircea Eliade cuenta que para los indios americanos Delaware, "el Creador, a pesar de que hubiese preparado para ellos, sobre la superficie de la Tierra, todas las cosas de las que gozan actualmente, había, sin embargo, decidido que los humanos permanecieran todavía ocultos algún tiempo en el vientre de su madre telúrica, para desarrollarse mejor, para madurar".

Los iroqueses, por su parte, creen que originariamente moraban debajo de la tierra, donde "siempre era de noche, por cuanto el sol no penetraba jamás"; y señalan que sólo pudieron emerger hacia la superficie una vez que uno de ellos logró encontrar una "abertura".

La tribu de los salivas (del Orinoco) refieren "un tiempo antiguo en que la Tierra Madre producía los humanos del mismo modo que produce en nuestros días los arbustos y los juncos".

De manera similar, Eliade relata que para la tribu de los zuñi al comienzo de los tiempos los "Mellizos de la Guerra" penetraron por medio de un lago hasta el mundo subterráneo, donde habrían hallado un pueblo "vaporoso e inestable" que se nutría exclusivamente con los vapores y los olores de los alimentos. Los míticos Mellizos habrían traído hasta la superficie de la tierra un cierto número de esos seres; de quienes descenderían os actuales seres humanos. Ésta sería la causa, según los zuñi, de que los hombres en un comienzo se alimenten solamente con "viento" y no puedan iniciar la lactancia hasta que la "cuerda invisible" se corte.

Los indios navajo, según reporta el mismo Eliade, se refieren a la Tierra como "Naëstsán", lo que significa "la Mujer horizontal" o "la Mujer acostada". Para ellos, al igual que para otros pueblos primitivos, los seres humanos en un comienzo vivían en el mundo subterráneo, del que luego emergieron. Este mito lo recuerdan y narran los navajo, por lo general, en ceremonias destinadas a la sanación de enfermos o a la iniciación de un candidato chamán, con lo cual se genera una íntima relación entre el mito del origen de la humanidad con aquellos rituales destinados a "rehacer" algo, ya sea la salud o la integridad vital del enfermo, o aquellos destinados a "hacer" o crear un nuevo estado espiritual, como es el caso de los chamanes.

Para los egipcios también es posible observar esta relación entre el nacimiento de los humanos y las profundidades de la tierra. Eliade refiere que para ellos, el vocablo "bi" significa tanto "vagina" como "galería de una mina".

Por su parte, en la mitología romana se refiere que, al realizarse la fundación de Roma, Rómulo habría horadado una cavidad en el suelo, la cual llenó de frutos, para posteriormente cubrirla y elevar sobre ella un altar, trazando a su alrededor un círculo con un arado. Es por ello que, según refiere el renombrado simbolista Jean Chevalier, la fundación de las ciudades posee un "carácter cosmogónico e imita la creación del mundo".

Para los griegos Hades es el dios que gobierna “el mundo subterráneo, el reino de las tinieblas, el seno de la tierra que contiene a los muertos”. No obstante, Hades se presenta con una doble faz; por cuanto, si bien gobierna el reino de los muertos, al mismo tiempo "vela por los frutos de la tierra". Esto se complementa al saber que el culto de Perséfone, a quien Hades había secuestrado, hecho su mujer y con quien pasaba seis meses del año habitando el inframundo, “estuvo asociado a los ciclos de la vegetación y a los Misterios de Eleusis”.

Por otro lado, la palabra caverna etimológicamente deriva del vocablo latín "cavus", del cual deriva también el verbo cavar, y que viene a significar: hueco, hondo, cóncavo, profundo y huevo.

Caverna, entonces, corresponde, según Chevalier, a "un lugar subterráneo o rupestre, con el techo abovedado, más o menos hundido en la tierra o la montaña, y más o menos oscuro".

Es posible inferir entonces que la caverna es un simbolismo arcaico del vientre materno y, por tanto, símbolo de transformación, de crecimiento, de gestación de una nueva vida. De este modo, el paso por el inframundo aparece como un requisito sinne qua non para la regeneración y el nacimiento a una nueva vida.

Sin embargo, al mismo tiempo, mientras hace referencia a la germinación y el nacimiento de nueva vida, de igual modo se presenta como el lugar en que finaliza la vida, como el "reino de los muertos".

Es así como, por ejemplo, para los japoneses, según cuenta Eliade, su dios se ocultó en una caverna sagrada “privando así al mundo de su luz”; mientras que, en las ceremonias fúnebres chinas, se expresa el deseo: "que la carne y los huesos retornen nuevamente a la Tierra".

Esta extraña semejanza entre el nacimiento y la muerte también es posible verla reflejada en el "nigredo", la "putrefacción", "el cuervo", del que se habla en la alquimia. Para los alquimistas la Gran Obra de la transmutación se inicia precisamente con el color negro, con la muerte, de la cual podrá nacer la nueva vida del metal, transformándolo en el preciado oro.