mayo 22, 2007

La esencia trascendente del símbolo

De acuerdo con muchos estudiosos del simbolismo, el símbolo es en esencia “trascendente”, por cuanto no alude a realidades inmediatas, sino a realidades metafísicas que trascienden el significado concreto y específico del objeto simbólico en sí.
Por otro lado, para la existencia del fenómeno simbólico es requisito la participación o acoplamiento entre un observador con actitud simbólica y un elemento simbólico que sea capaz de referir a realidades trascendentes.

Al respecto, es posible entender que cuando refiere a un “observador”, se está hablando tanto de individuos en particular como de colectividades culturales, en tanto conformen sistemas simbólicos específicos.

Asimismo, el símbolo no establece una conexión con aquello a lo que refiere de una manera esporádica; sino que, por cuanto lo referido pertenece al “mundo humano del sentido” –en tanto realidades arquetípicas– es vivenciado por el observador como una característica propia del objeto simbólico. Es por ello que el acoplamiento simbólico –es decir, la confluencia de elemento simbólico y de actitud simbólica– será experimentado como una relación eterna y consustancial. Esto hará que tanto lo referido como el referente simbólico sean mutuamente evocadores.

Cada individuo y cada cultura revistirá de atributos propios a las manifestaciones simbólicas de los arquetipos. Muy probablemente las formas específicas que adquiera cada elemento simbólico dependerán en gran medida del contexto cultural en que se desenvuelva; pero su esencia su quididad– permanecerán inalterables por cuanto se refieren a elementos colectivos, independientes de los sistemas simbólicos particulares en que se expresen.

Por lo anterior, resulta plausible que en cada sistema simbólico específico un símbolo ostentará tal calidad de manera permanente y si llega a perder dicha condición, en realidad podría decirse que para esa cultura o esa persona tal elemento no constituyó un real símbolo, sino a lo sumo un mero signo o señal circunstancial.

mayo 15, 2007

El fenómeno simbólico y la actitud simbólica

Etimológicamente la palabra símbolo derivaría del griego “syn-tobalein” que significaría “arrojarse juntos” o del griego “Sym-ballein”, que vendría a significar “lanzar (juntamente) con”. De este modo, es posible afirmar que su origen etimológico lo relaciona con la acción de reunir o religar dos o más cosas. De hecho se dice que en la Grecia clásica se utilizaba tal expresión para referirse a “dos partes de una pieza rota que servían para reconocimiento o contraseña. Cada una completaba a la otra y juntas daban el sentido”.

El estudioso del simbolismo tradicional Jean Chevalier señala algo que otros autores en otras palabras pero en similar sentido han señalado antes; esto es, que el símbolo “rememora al espíritu (…) la naturaleza verdadera de los arquetipos divinos que son el modelo mismo de su ser”. Y de manera similar, el francés Paul Claudel afirma que “la Sabiduría Eterna… no se ha dirigido a nosotros más que en Parábolas, sirviéndose, no de razonamiento, sino explicándolo en el lenguaje de esas cosas que nos rodean y que desde el día de la creación no han dejado de hablarnos” .

Por su parte, el chileno Gastón Soublette asegura que “la fuerza de un símbolo, se entienda o no racionalmente su significado, reside en una efectividad intrínseca, la cual proviene del hecho de estar constituido por elementos que pertenecen a la herencia simbólica inconsciente de la humanidad, que actúa sobre los hombres aunque éstos los ignoren”. En otras palabras, podemos ver una referencia al símbolo como ente actualizador o cristalizador de los elementos arquetípicos del ser humano.

Ahora bien, es posible diferenciar lo que designa la palabra “símbolo” ya sea en términos generales o en términos particulares. En el primer caso, se referiría a la multitud de elementos que son capaces de portar una simbolización, es decir que potencialmente pueden simbolizar algo. En tanto, el símbolo, en términos particulares, puede ser entendido como un elemento físico concreto –o una imagen de éste– que designa una realidad abstracta; con lo que se logra diferenciar el símbolo mismo de otros elementos simbólicos como el mito o el ritual.

Diferenciando el símbolo de lo que podría llamarse en términos generales como “elementos simbólicos”, es factible referirse ahora a lo que constituiría el “fenómeno simbólico”.

Es así como, no obstante las características propias de cada elemento simbólico, no basta el símbolo “per se” para ser percibido como tal por el observador, al modo de un hecho dado; más bien puede llegar a estimarse como tal sólo a partir de la interrelación que establece con éste, conformándose de tal modo entre elemento simbólico y observador una “relación simbólica”.

Sin embargo, dicha relación simbólica puede desarrollarse de manera conciente o de manera inconsciente. Para que la relación simbólica adquiera el carácter de consciente, requiere de una actitud particular de la conciencia de quien percibe o vivencia el elemento simbólico, actitud que en psicología analítica se conoce como “actitud simbólica”.

De este modo, el fenómeno simbólico requiere de la existencia de dos factores constituyentes que se acoplen: el elemento simbólico a observar y un observador que enfrente dicho elemento simbólico. Para que tal fenómeno se haga conciente, requiere, a su vez, de una actitud simbólica; y, en virtud de que el proceso de individuación supone una conciencia que lo vivencie, la actitud simbólica aparece como una especie de catalizador del referido proceso de individuación.

Al respecto, Carl Gustav Jung da cuenta de que mientras algunos individuos poseen tal "actitud simbólica", otros se limitan sólo a subordinar el sentido de los fenómenos a los hechos concretos; de lo cual es posible inferir que en tales casos el contacto con los símbolos se hace sólo a un nivel inconsciente.

De este modo, al hablar de símbolos es necesario considerar los dos elementos constitutivos del fenómeno simbólico, es decir, tanto el elemento simbólico en sí como la actitud simbólica requerida por parte de su observador. Es entonces la relación de acoplamiento entre ambos constituyentes lo que determina la existencia de un fenómeno simbólico conciente que contribuya al proceso de individuación; el cual nos permitirá re-ligarnos como una integralidad, descubriéndoonos como verdaderos hombres integrales.