marzo 20, 2006

El camino de la montaña


Cuando el ser humano contempla el fuego, puede permanecer horas sentado observándolo sin darse cuenta, extasiado, ensimismado.

...Y es que el fuego es como un milagro que se expone enfrente nuestro. Como un suspiro divino que atraviesa nuestra existencia y que nos abruma con su misterio.

El fuego nos inunda de luz y calor; dos fenómenos que nos movilizan y nos ponen en camino hacia aquellos lugares que desconocemos, pero que, no obstante, nos atraen y embrujan.

El calor lo vivenciamos en la compañía de otros seres humanos... y porqué no, de otros seres vivos. Es el sentimiento que nos contacta con el otro y que nos devela como uno mismo, a pesar de nuestras diferencias aparentes.

La luz en tanto, es quizás más sutil. Es la iluminación, el entendimiento propio sólo del ser humano y que es el objetivo de muchos hombres del pasado, del presente y probablemente del futuro.

Según algunos autores, existirían dos vías para alcanzar dicha iluminación: la vía mística y la vía iniciática. La vía mística sería aquella en que la iluminación es alcanzada de manera instantánea por medio de un despertar repentino. La vía iniciática se relaciona en cambio con una iluminación progresiva, en que ella se alcanza solamente tras un arduo proceso de perfeccionamiento.

Como lo expresara Dion Fortune: "El Sendero de la Iniciación sigue las espirales de la serpiente de la Sabiduría del Árbol de la Vida", en contraposición con el "Sendero de la Iluminación", que sigue "el camino de la flecha".

Al parecer, la vía mística es aquella que siguen, por ejemplo, los budistas que a través del abandono de todo conocimiento, procuran llegar a la raíz de toda la existencia, es decir, a la unidad. O es la vía que siguen los místicos ascetas que se internan en los bosques o en las montañas para vivenciar a sus dioses directamente.

No obstante, la vía sinuosa del ascenso gradual es aquella que han escogido las escuelas iniciáticas para aproximar a sus adeptos hacia esa anhelada iluminación. De este modo, dichas escuelas se figurarían el proceso iniciático como un verdadero ascenso a la montaña.

Y en ese esforzado camino ascendente los mitos, símbolos y rituales se aparecen como verdaderas herramientas para colaborar en el desarrollo del hombre que vaga en busca de la luz. Claro está que tales herramientas no bastan por sí mismas para provocar el cambio. Como toda herramienta, su acción se hace posible sólo gracias a la acción ejercida por quien las ponga en práctica.

Por ello es que las ceremonias practicadas en tales escuelas iniciáticas al parecer no tienen un carácter consagratorio, entregando más bien oportunidades para el desenvolvimiento de las potencialidades y la superación de las debilidades de cada uno de quienes las experimentan. De hecho, varios de aquellos "iniciados" señalan que no por sólo haber participado en una ceremonia de iniciación un hombre se transforma en verdadero iniciado. Ellos aseguran que si no se logra aceptar las propias falencias, si no se reconoce con responsable humildad los humanos defectos de cada uno, se estará imposibilitado para corregirlos y, consecuentemente, impedidos para avanzar realmente en la senda de crecimiento que supone el camino iniciático.

Ahora bien, aquellos que han logrado llegar hasta cierto nivel en su ascenso a la montaña, indudablemente podrán contentarse con ello y descansar, solazándose de sus logros y sus descubrimientos. Pero esos mismos logros, esos mismos descubrimientos, son los que probablemente los llamarán a no ceder en su tarea, a no dar por concluida la brega, y, al mismo tiempo, a no conservar egoístamente sólo para sí tales progresos.

...Y quien sabe si alguna vez aquellos hombres logren llegar hasta la cima de la montaña, pero de seguro sus conciencias no quedarían tranquilas si en ese esfuerzo no llegaran a poner hasta la última gota de sudor.