enero 16, 2007

Reunir lo que está separado... ¿Es posible la convivencia entre dios y el diablo?

Es posible imaginar las largas y oscuras noches del hombre primitivo, sin luz artificial y con millones de estrellas por observar.
De tanto admirar dichas estrellas les fue dando un orden y un sentido, generando las constelaciones, en las cuales podía ver la proyección espacial de sus mitos y sus padeceres psicológicos.
Con el tiempo aquellos hombres fueron conformando sistemas de descripción para procurar comprender su universo, tanto físico como psicológico. Así es como fueron labrando su desarrollo, dejando huellas en el camino.
Los mitos, la alquimia, la astrología y tantos otros rastros culturales fueron dando cuenta de un fenómeno que subrepticiamente trascendía en todas las culturas, en todos los tiempos y en todos los lugares: el inconsciente colectivo, un ente pletórico de los arquetipos que definen y organizan la existencia.
No obstante, esos arquetipo adquieren sentido sólo en la presencia de un observador, de una conciencia que los atisbe y les de forma.
Ahora bien, como se sabe, el origen etimológico del término “símbolo” se encuentra en “sym-ballein”, que significa “lanzar (juntamente) con”. Esta expresión aludiría a las dos partes de una pieza rota, cuya reunión servía como reconocimiento o contraseña, ya que ellas se completaban mutuamente y juntas adquirían sentido.
Por su parte, la palabra “diablo” tendría su origen etimológico en “dia-ballo” que significa dividir. Es el diablo entonces la dualidad que, en su aspecto negativo, significa la polarización, la diferenciación, la división. Es simbólicamente la separación que establece Dios mediante una espada, tras la expulsión del hombre del paraíso.
El diablo, en consecuencia, desde el punto de vista psicológico puede personificar la separación entre el consciente y el inconsciente, entre el mundo arquetípico y el mundo simbólico.
Sin embargo, esa diferenciación logra ser complementada y, por ello, transformada, gracias a la intervención del símbolo. De hecho, como señala Chevalier: “El símbolo religa los diferentes niveles de la conciencia individual y colectiva”.
Más aún, así visto, el símbolo re-liga nuestra conciencia con el inconsciente colectivo, de modo tal que el fenómeno simbólico se constituye en ente unificador del sistema psíquico, deviniendo así en el fundamento de la re-ligión en el ser humano.
En tal sentido, Erich Fromm reflexiona: "el lenguaje simbólico es el único idioma extranjero que todos debiéramos estudiar. Su comprensión nos pone en contacto con una de las fuentes más significativas de la sabiduría, la de los mitos, y con las capas más profundas de nuestra propia personalidad. Más aún, nos ayuda a entender un grado de experiencias que es específicamente humano porque es común a toda la humanidad, tanto en su tono como en su contenido".
Para finalizar, parece oportuno reproducir lo expresado por el connotado estudioso del simbolismo Jean Chevalier, quien señalara: “Si tú eres sensible al símbolo, te conocerás a ti mismo; conocerás a los demás, al Universo y a los dioses”.
O como como escribiera Fulcanelli: “¡Cuantas maravillas, cuantas cosas insospechadas no descubriríamos, si supiésemos disecar las palabras, quebrar su corteza y liberar su espíritu, la divina luz que encierran!”.

enero 11, 2007

Los arquetipos

"Ellos se proyectan interiormente hacia mí
y yo me proyecto exteriormente hacia ellos;
y, resulte bueno o malo
formar parte de ellos,
de ellos formo parte;
y de cada uno de ellos y del conjunto
yo tejo el canto de mí mismo”
Walt Whitman. Hojas de Hierba.

En razón de que los seres humanos compartimos contenidos psíquicos y formas de comportamiento inconscientes que son iguales en todas partes y en todos los individuos es que Jung llegó a proponer la existencia de ciertas entidades a las que denominó “arquetipos”.

En tal sentido, los arquetipos constituyen "predisposiciones heredadas a reaccionar de tal o cual modo" o, dicho de otra manera, constituyen una "disposición innata a la formación de representaciones paralelas o bien estructuras universales, idénticas, de la psique". De esta forma, los arquetipos vienen a constituir un símil del concepto de “pautas de comportamiento” o “patrones de organización”.

Por tanto, no cualquier imagen o idea podrá tener el rango de arquetípica. Para que sea posible aseverar que una imagen, una idea o una conducta tiene el carácter de arquetípica debe necesariamente poderse comprobar su existencia idéntica, tanto en su forma como en su significado, de manera transversal en la historia de las culturas humanas.

Para completar el cuadro, debe considerarse que tales patrones de organización en general nos son desconocidos en la vida diaria, por lo que poseen un carácter inconsciente. Además, si ellos se hallan en todos los seres humanos, es posible afirmar que constituyen un inconsciente colectivo. En tal sentido, si el arquetipo habita en el inconsciente colectivo, entonces el símbolo viene a constituir su representación en la conciencia.

Ahora bien, retomando el análisis de las entidades arquetípicas, podrá establecerse, en términos generales, una diferenciación entre figuras arquetípicas -como la madre, el hijo, el padre, dios, el sabio, etc.-, acontecimientos arquetípicos -como el nacimiento, la muerte, la separación de los padres, el matrimonio, etc.-, objetos arquetípicos -como el agua, el sol, la luna, los peces, las serpientes, etc.-, y procesos arquetípicos -como la adaptación, la individuación, la depresión, etc.- .

Por su carácter profundamente inconsciente, los arquetipos no pueden ser captados directamente por la consciencia. Sólo es posible tener conocimiento consciente de ellos por medios indirectos.

Concordantemente, con cierta amplitud de criterio, podemos dar cuenta de que en el Zohar —libro tradicional de la Cábala— se señala: "Antes que cualquier forma hubiera sido creada, Dios estaba solo, sin forma, y semejante a nada. Y por razón que el hombre no es capaz de describirse a Dios como realmente es, no le está permitido representarlo ni en pintura, ni por su nombre, ni incluso por un punto. Pero después que Él hubo creado, al hombre, Dios quiso ser conocido por sus atributos".

De esta forma, la Cábala reconoce la incapacidad del ser humano para conocer lo que podríamos denominar la "esencia divina"; de modo tal que, puesto que aquello que es incognoscible es por tanto permanentemente inconsciente, podemos suponer que existe una potencial analogía entre el concepto cabalístico de Dios —o esencia divina— y el concepto junguiano de arquetipo.

En la misma línea, los símbolos vendrían a constituirse en las "emanaciones" o "atributos" de Dios señalados por la cábala y que son los medios por los cuales, de manera indirecta, es factible acercarse en alguna medida a la esencia divina, al inconsciente colectivo.

De hecho, Dion Fortune nos dice que los cabalistas “no tratan de explicar a la mente lo que la mente es incapaz de comprender, sino que suministran una serie de símbolos para meditar”, limitándose a señalar que "lo Absoluto" está más allá de las posibilidades de conocimiento del ser humano. Esto lo simbolizan situando el llamado “Velo de la Existencia Negativa” en el límite entre lo cognoscible y lo incognoscible.