
Lo que el concepto de Dios pueda significar para cada individuo es algo que no nos corresponde aquí enjuiciar. Ahora bien, el Self para la psicología analítica se refiere, en términos estructurales, a la totalidad psíquica del individuo, conformado tanto por la conciencia, por el inconsciente personal y por el inconsciente colectivo.Al respecto, Carl Jung en Psicología y Alquimia plantea que “en el uso científico del término, el Self no señala ni a Cristo ni a Buda, sino más bien a la totalidad de figuras correspondientes, y cada una de esas figuras es un símbolo del Self”.
El Self, en tanto estructura arquetipal, se revela al ser humano mediatizado por símbolos. La posibilidad para el ser humano de trascender su realidad inmediata y no limitarse a "desaparecer como un rostro en la arena" está precisamente en aprehender el lenguaje de los símbolos, de modo tal de adentrarse conscientemente en su proceso de individuación.
El desarrollo del individuo se realizará ya sea consciente o inconscientemente. Sin embargo, si ocurre del segundo modo estará más expuesto a quedar preso de fijaciones que le impidan avanzar sanamente por su propio camino de individuación.
El trabajo por el desarrollo de una actitud simbólica en el paciente se torna así en una vital herramienta en el trabajo terapéutico. Dicho trabajo supone en el terapeuta el ejercicio de un rol de iniciador en el mundo del símbolo y a la vez oficiante del ritual del proceso terapéutico.
La actividad terapéutica se constituye entonces en una verdadera religión, en tanto su finalidad es lograr religar los distintos aspectos de la personalidad del individuo, en procura del avance en su propia individuación; proceso en el cual los símbolos constituyen por excelencia los entes religadores de la psiquis y, por ello, pueden ser considerados como las flechas de Eros que logran atar la psiquis posibilitando así la anhelada "coniunctio".