
Con tal finalidad elaborará hipótesis a modo similar de lo que lo hace un hombre de ciencias al abordar cualquier cuestionamiento o problema científico y, de igual modo, procurará establecer la certidumbre o falsedad de tales hipótesis. Y, tal como Estany señala que "las hipótesis científicas son enunciados que son susceptibles de ser sometidos a contrastación", asimismo las hipótesis clínicas podrán ser contrastadas con la información recogida por el terapeuta y con las intervenciones que realice con el objetivo de ir aclarando tales hipótesis, ya sea para confirmarlas, para desecharlas o para posponerlas para un momento más oportuno.
De hecho, como asevera el mismo Estany, es posible sostener "que el razonamiento científico y la mayor parte del razonamiento cotidiano se plantea en términos probabilísticos y que, por tanto, cuando evaluamos una hipótesis lo hacemos calculando la probabilidad de dicha hipótesis a la luz de la información que hayamos podido recabar". Por lo tanto, las conclusiones que puedan obtenerse tras la contrastación de la hipótesis con los antecedentes e información surgida en un caso determinado siempre deberán ser consideradas como nuevas hipótesis, que cada vez mejor fundamentadas, nos entregan una mayor probabilidad de acercarnos al correcto enfrentamiento del problema en cuestión.
Es así como la certidumbre o falacia de una proposición o hipótesis en estricto rigor debe ser siempre objeto de crítica y de constante revisión. Concordantemente, aunque por distintos razonamientos, la fenomenología de Husserl plantea la necesidad de dejar "entre paréntesis" aquello que es puesto ante nuestra mirada.
En palabras de Francisco Varela, el mundo no puede ya ser tomado al "estilo Galilei", es decir, no es dable pretender la obtención de "descripciones del modo en que el mundo en verdad es independiente del sujeto conocedor". No obstante, según afirma el mismo Valera, "el vuelco de Husserl hacia la experiencia y 'las cosas mismas' era solamente teórico", esto es, "carecía totalmente de una dimensión pragmática"; y, citando a Merleau-Ponty, asevera que "precisamente por tratarse de una actividad teórica post-factum no pudo capturar la riqueza de la experiencia; sólo pudo ser un discurso sobre dicha experiencia".
Incluso Varela va más allá aún, llegando a señalar que "la actitud abstracta que Heidegger y Merleau-Ponty atribuyen a la ciencia y la filosofía es en realidad la actitud de la vida cotidiana cuando uno no está alerta. Esta actitud abstracta es el traje espacial, el acolchado de hábitos y prejuicios, el blindaje con que nos distanciamos de nuestra propia experiencia".
De hecho, en esta situación dilemática se enmarca claramente la experiencia terapéutica. Por diversas razones, desde la formación académica, las teorías subyacentes o hasta los propios mecanismos psíquicos del terapeuta, es posible que éste pretenda establecer una relación aséptica, considerándose un observador e interventor externo, sin ningún involucramiento directo en el proceso terapéutico que se desarrolla ante sus ojos a modo de un experimento o práctica de carácter estrictamente científico.
No obstante, al parecer tales suposiciones no son más que fantasiosas pretensiones, que se derrumban al ser miradas por una segunda vez.
La imagen aparece muy nítida: es imposible meterse en el barro y pretender no ensuciarse al menos los pies.
Tal como el científico de cualquier área, el terapeuta debiera asumir su trabajo más que como una actividad efectuada desde lo incorpóreo y la abstracción una labor realizada desde una óptica "corpórea" e "integral"; vale decir, incorporando todo el rico bagaje que supone su calidad de ser humano.
El término "corpórea" es utilizado aquí en el mismo sentido que Varela le otorga respecto a la reflexión científica desde una visión fenomenológica, es decir, aludiendo "a una reflexión donde se unen el cuerpo y la mente"; con tal formulación Varela "pretende aclarar que la reflexión no es sobre la experiencia, sino que es una forma de experiencia en sí misma".
De esta manera, el terapeuta debiera participar del encuentro terapéutico con todas sus funciones cognitivas activadas; ya sean pensamientos o sentimientos, sensaciones o intuiciones. Así se hará partícipe de un proceso que no sólo enriquecerá mayormente a su paciente, sino que también le enriquecerá a sí mismo.