
De tanto admirar dichas estrellas les fue dando un orden y un sentido, generando las constelaciones, en las cuales podía ver la proyección espacial de sus mitos y sus padeceres psicológicos.
Con el tiempo aquellos hombres fueron conformando sistemas de descripción para procurar comprender su universo, tanto físico como psicológico. Así es como fueron labrando su desarrollo, dejando huellas en el camino.
Los mitos, la alquimia, la astrología y tantos otros rastros culturales fueron dando cuenta de un fenómeno que subrepticiamente trascendía en todas las culturas, en todos los tiempos y en todos los lugares: el inconsciente colectivo, un ente pletórico de los arquetipos que definen y organizan la existencia.
No obstante, esos arquetipo adquieren sentido sólo en la presencia de un observador, de una conciencia que los atisbe y les de forma.
Ahora bien, como se sabe, el origen etimológico del término “símbolo” se encuentra en “sym-ballein”, que significa “lanzar (juntamente) con”. Esta expresión aludiría a las dos partes de una pieza rota, cuya reunión servía como reconocimiento o contraseña, ya que ellas se completaban mutuamente y juntas adquirían sentido.
Por su parte, la palabra “diablo” tendría su origen etimológico en “dia-ballo” que significa dividir. Es el diablo entonces la dualidad que, en su aspecto negativo, significa la polarización, la diferenciación, la división. Es simbólicamente la separación que establece Dios mediante una espada, tras la expulsión del hombre del paraíso.
El diablo, en consecuencia, desde el punto de vista psicológico puede personificar la separación entre el consciente y el inconsciente, entre el mundo arquetípico y el mundo simbólico.
Sin embargo, esa diferenciación logra ser complementada y, por ello, transformada, gracias a la intervención del símbolo. De hecho, como señala Chevalier: “El símbolo religa los diferentes niveles de la conciencia individual y colectiva”.
Más aún, así visto, el símbolo re-liga nuestra conciencia con el inconsciente colectivo, de modo tal que el fenómeno simbólico se constituye en ente unificador del sistema psíquico, deviniendo así en el fundamento de la re-ligión en el ser humano.
En tal sentido, Erich Fromm reflexiona: "el lenguaje simbólico es el único idioma extranjero que todos debiéramos estudiar. Su comprensión nos pone en contacto con una de las fuentes más significativas de la sabiduría, la de los mitos, y con las capas más profundas de nuestra propia personalidad. Más aún, nos ayuda a entender un grado de experiencias que es específicamente humano porque es común a toda la humanidad, tanto en su tono como en su contenido".
Para finalizar, parece oportuno reproducir lo expresado por el connotado estudioso del simbolismo Jean Chevalier, quien señalara: “Si tú eres sensible al símbolo, te conocerás a ti mismo; conocerás a los demás, al Universo y a los dioses”.
O como como escribiera Fulcanelli: “¡Cuantas maravillas, cuantas cosas insospechadas no descubriríamos, si supiésemos disecar las palabras, quebrar su corteza y liberar su espíritu, la divina luz que encierran!”.