
Carl Jung, estudioso del simbolismo tradicional anidado en artes como la alquimia, descubre que en general dichas artes aluden al símbolo como algo trascendente, no convencional y universal. A partir de tales reflexiones, Jung llega a entender al símbolo como "la mejor designación o fórmula posible de una situación factual relativamente desconocida, pero cuya presencia se conoce o se exige".
Pero Jung va más allá y aún más específicamente señala que “un símbolo no es un signo arbitraria y deliberadamente establecido, de un hecho conocido y concebible; sino una expresión manifiestamente antropomorfa, y por ello limitada, y sólo parcialmente válida, de algo suprahumano y sólo concebible hasta cierto punto. El símbolo es sin duda la mejor expresión posible, pero permanece por debajo de la altura que corresponde al misterio que designa”.
En dicho sentido, Jung nos señala que los símbolos no deben ser confundidos con los "signos", los que corresponderían a elementos "semióticos" poseedores de "un significado fijo", por cuanto constituyen abreviaturas convencionales para una cosa conocida, o alusiones a ella de uso generalizado. El símbolo en cambio, a diferencia del signo, posee "numerosas variantes análogas, y de cuantas más disponga tanto más completa y exacta es la imagen que esboza de su objeto".
Ahora bien, esta noción de símbolo podríamos decir que da cuenta de un objeto de estudio que, en términos más generales, podría llamarse "fenómeno simbólico". Con tal denominación podríamos entender el sistema conformado por un elemento simbólico o simbolizante, por un lado, y nuestra percepción, por el otro lado.
El elemento simbolizante puede ser de diversas índoles —ya sea gráfico, gestual, ritual, mítico, etc.—, pero deberá estar en condiciones de, al menos potencialmente, impactar en algún grado o forma la percepción del observador.
Claro está que si nuestra percepción no está abierta a aprehender dicho fenómeno, éste no generará impacto real alguno; por lo cual una “actitud simbólica” por parte del observador es un requisito indispensable para la existencia del fenómeno simbólico.
Ahora bien, el simbolismo corresponde, según Paul Diel, a un “conocimiento intuitivo del funcionamiento psíquico”. Esta afirmación adquiere plena luz si consignamos la aseveración junguiana de que "todos los símbolos, en su variedad infinita, en tanto son imágenes libidinales pueden reducirse en suma a una raíz muy sencilla: la libido y sus propiedades".
De este modo, podemos concordar con Fromm en cuanto a que “el lenguaje simbólico es un lenguaje en el que el mundo exterior constituye un símbolo del mundo interior, un símbolo que representa nuestra alma y nuestra mente”.
Pero Jung va más allá y aún más específicamente señala que “un símbolo no es un signo arbitraria y deliberadamente establecido, de un hecho conocido y concebible; sino una expresión manifiestamente antropomorfa, y por ello limitada, y sólo parcialmente válida, de algo suprahumano y sólo concebible hasta cierto punto. El símbolo es sin duda la mejor expresión posible, pero permanece por debajo de la altura que corresponde al misterio que designa”.
En dicho sentido, Jung nos señala que los símbolos no deben ser confundidos con los "signos", los que corresponderían a elementos "semióticos" poseedores de "un significado fijo", por cuanto constituyen abreviaturas convencionales para una cosa conocida, o alusiones a ella de uso generalizado. El símbolo en cambio, a diferencia del signo, posee "numerosas variantes análogas, y de cuantas más disponga tanto más completa y exacta es la imagen que esboza de su objeto".
Ahora bien, esta noción de símbolo podríamos decir que da cuenta de un objeto de estudio que, en términos más generales, podría llamarse "fenómeno simbólico". Con tal denominación podríamos entender el sistema conformado por un elemento simbólico o simbolizante, por un lado, y nuestra percepción, por el otro lado.
El elemento simbolizante puede ser de diversas índoles —ya sea gráfico, gestual, ritual, mítico, etc.—, pero deberá estar en condiciones de, al menos potencialmente, impactar en algún grado o forma la percepción del observador.
Claro está que si nuestra percepción no está abierta a aprehender dicho fenómeno, éste no generará impacto real alguno; por lo cual una “actitud simbólica” por parte del observador es un requisito indispensable para la existencia del fenómeno simbólico.
Ahora bien, el simbolismo corresponde, según Paul Diel, a un “conocimiento intuitivo del funcionamiento psíquico”. Esta afirmación adquiere plena luz si consignamos la aseveración junguiana de que "todos los símbolos, en su variedad infinita, en tanto son imágenes libidinales pueden reducirse en suma a una raíz muy sencilla: la libido y sus propiedades".
De este modo, podemos concordar con Fromm en cuanto a que “el lenguaje simbólico es un lenguaje en el que el mundo exterior constituye un símbolo del mundo interior, un símbolo que representa nuestra alma y nuestra mente”.