enero 30, 2006

El último mensaje


Tras un año de silencio, el Gran Mago tomó su manto, su báculo y su lámpara, y salió de su ermita para hacer el recorrido final, la gran marcha que una voz interior le indicaba debía realizar para completar su crecimiento y su vida terrenal.

Después de todos estos años de escuchar a los hombres había escuchado tantas lenguas que le era imposible establecer cuántos sinónimos conocía de la palabra amor.

Había andado ya por los caminos del desierto y por la selva, había ascendido tres veces cada montaña sagrada y nadado en cien ríos, desde los más puros hasta los más turbios. Había superado la malaria y aún continuaba su lucha contra el cáncer. Pero ahí estaba, con el rostro sereno de quien se sabe dueño de sí mismo y con la mirada soñadora de quien a pesar de los años se va tornando cada vez más sencillo y más enamorado de la vida.

Por sus oídos habían transitado palabras de amor y de odio, de aquellos que se mofaban de su renuncia ante la riqueza y de quienes le alababan en su sabiduría.

El Gran Mago sabía hacerse escuchar, pero prefería no hablar mucho. Si tenemos una boca y dos oídos no es porque sí, solía decir, porque el silencio nos libera de la esclavitud en que nuestras propias palabras insisten en encerrarnos.

Su ermita era sencilla, propia de aquel que predicaba la libertad del hombre. Más de alguna vez tuvo que explicarse señalando: "No tengo sólo lo que no necesito y si llegara a necesitar más de lo que tengo es sólo una ilusión, una artimaña para entramparme e impedirme desarrollar mi libertad". Sin embargo, no criticaba a los ricos, más bien los compadecía: decía que quien más tiene es más esclavo, porque de tanta conquista y tantos tesoros acumulados, al final termina volviéndose esclavo de aquello que pretendía haber conquistado.

Y si bien no anhelaba muchas cosas, cuando quería emborracharse o hacer el amor a una mujer no dudaba en hacerlo. Decía que la esclavitud deriva de la ambición y no de aceptar lo que el cuerpo o el espíritu perciban como agradable.

Solía decir que el cuerpo de una mujer es como la suave brisa que recorre nuestra alma y le entrega la frescura y el aliento como para amar aún más este sagrado viaje que es la vida.
Pero ay de aquel que renuncia a la libertad esencial de ser uno mismo, sea en virtud de una mujer, de un amigo o de las circunstancias; porque el siguiente paso será siempre más doloroso que el anterior y las ligaduras se transformarán en telas de araña que aprisionarán el corazón hasta estrangularlo y asfixiarlo... de modo tal que aquella sublime brisa puede acabar transformada en la tempestad más horrenda que acabe alejándonos de nuestras propias decisiones, de nuestro centro, de nosotros mismos.

Porque, de ser así, ciegos y maniatados, no por el amor, sino por el egoísmo y la vanidad, nos transformamos en esclavos de las pasiones y perdemos lo único auténticamente nuestro que podemos entregar en una relación: nuestra dignidad y respeto. Si no nos respetamos y no nos amamos, el amor y el respeto que podamos entregar no serán más que ilusas quimeras fantasmales, espectros que al recibir el primer abrazo de la realidad mostrarán su verdadera condición, desvaneciéndose en la nada, dejándonos en el abismo más absoluto, sin poder entregar, sin poder recibir: sin poder amar.

...Y el Gran Mago sabía de amor, había amado tantas veces en su vida que la sombra del árbol construido con las hojas que cada relación le había significado, le brindaba tal sombra que jamás desfallecería por el abrasador sol del desierto.

Y él sabía del desierto casi tanto como del amor... sabía que su nombre significaba la "tierra roja", en contraposición a la "tierra negra", que era aquella que engendraba la vida y la muerte. La "tierra negra", aquella que cíclicamente se inundaba con las aguas del río, para dar muerte a todo lo que allí se encontraba, pero que sólo gracias a esas aguas que engendraban muerte era posible que surgiera más vida; por eso el negro era el color de la vida para algunos y de la muerte para otros... porque a fin de cuentas la vida y la muerte no son más que una sola cosa.

Porque todo es uno y uno es todo. Tanto así que acostumbraba a decir que entre todos nosotros, aunque existen diferencias de género, no existen diferencias de especie. Todos somos femenino y masculino al mismo tiempo. Es decir, aunque nuestros sexos puedan diferir, nuestras esencias son compartidas.

La dualidad es siempre sólo un artificio para comprender de mejor forma las cosas, es el análisis que todo entendimiento requiere, pero el cual es incompleto e ilusorio si no es vuelto a su origen por medio de la síntesis conciliadora... y esa síntesis conciliadora, esa profunda capacidad de armonizar la existencia, eso es precisamente el "amor".

El amor es la raíz de todo y a todo trasciende. Si somos capaces de romper las vendas que se empeñan en poner ante nuestros ojos las ilusiones y los egoísmos vanidosos, entonces podremos descubrir el amor en todo cuanto existe.

Más allá de la fantasía, de la cotidiana realidad que a cada uno le toca vivir, allí se encuentra la única existencia que de verdad existe, el único sonido que trasciende en toda nota y acorde musical, el único color que se anida en todo rayo de luz: es la materia prima de toda obra; está en todas partes, pero casi nadie la ve. Esa sublime esencia no es otra cosa que el amor: el sagrado descubrimiento de que aquello que los hombres llaman Dios no es más que la paz de mirarse en un espejo, el espejo de la realidad, que no es sino que nuestra propia imagen, nuestra propia semejanza con el amor.

...Y el Gran Mago tomó entonces su lámpara que le iluminaría cuando cegado por la ilusión, no pudiera guiarse por la razón o por su corazón. Tomó también su manto con el que abrigaría su corazón cuando el hielo de los hombres malintencionados pretendiese herirle. Y tomó también su cayado, aquella vara que desde hace tanto tiempo le acompañaba y que le recordaba que también era un cuerpo físico que debía cuidar y preservar... porque el Gran Mago había aprendido que uno no es un espíritu atado a una materia, sino una gran unidad que por la magia de la existencia se había convertido en un único ser, en que el cuerpo y el espíritu se necesitaban mutuamente para alcanzar la felicidad.

Así, con calma, pero con cierta melancolía, se despidió de la gente del pueblo, de sus Hermanos de existencia, se ató a su cintura un jarro con agua de la fuente de la plaza, se aprovisionó con un gran trozo de pan y emprendió la marcha.

...Y se le vio alejarse dejando entre la gente del pueblo el recuerdo de un Gran hombre, un Gran Mago, cuya mayor prodigio fue transformarse a sí mismo y hacer a cada uno de los aldeanos que le conocieron un poco más hombres, un poco más felices.

Su recuerdo es lo que le ha transformado en inmortal. Y su recuerdo no nos habla de un nombre o de algunas señas físicas, sino que su recuerdo se resume claramente en el mensaje que dejara grabado en las piedras de la fuente, al momento de sacar las últimas gotas de agua que bebería de ella: "La felicidad, la eudaimonía, está en bañarse con las aguas de la Conciencia para limpiarse de ilusiones y descubrir que realmente sí existimos".

(Originalmente escrito en Santiago, el 17 de diciembre de 2004)

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