diciembre 14, 2006

Del Lenguaje al Símbolo


El filósofo inglés Bertrand Russell establece que “el lenguaje es un medio de exteriorizar y dar a conocer nuestras experiencias”; agregando que dos serían sus “fines primarios”: la expresión y la comunicación. No obstante, debemos considerar que tal comunicación no necesariamente se lleva a cabo hacia el exterior de la psiquis de cada ser humano, sino que también ocurre constantemente hacia su propio interior —por ejemplo, a través de reflexiones y “autodiálogos”— y no sólo a nivel consciente, sino también inconscientemente —por ejemplo, mediante recuerdos y sueños—.
Por su parte, el terapeuta y teórico de las comunicaciones Paul Watzlawick describe la existencia de dos tipos de lenguaje: uno con caracteres de "objetivo, definidor, cerebral, lógico, analítico” —identificado como ”el lenguaje de la razón, de la ciencia, de la interpretación y la explicación"—; y otro que podría ser llamado “el lenguaje de la imagen, de la metáfora, del pars pro toto, acaso del símbolo y, en cualquier caso, el lenguaje de la totalidad”.
De igual modo, en lingüística es posible distinguir dos modos de comunicación: el digital y el analógico. La modalidad digital es aquella en que para referirse a algo se utiliza una “designación que sólo tiene con lo designado una mera relación arbitraria”, es decir, convencional. En tanto que si entre la designación y lo designado existe una relación de semejanza de algún tipo, se está en presencia de la modalidad analógica.
Ahora bien, una característica relevante del lenguaje consiste en que ”no sólo sirve para expresar pensamientos, sino también para posibilitar pensamientos que no podrían existir sin él”. En tal sentido es posible entender “el aspecto creador del uso del lenguaje”, que es explicado por Noam Chomsky como la capacidad propia del ser humano “de expresar pensamientos nuevos y entender expresiones del pensamiento enteramente nuevas”. Claro está que podríamos redefinir la utilización del término “pensamientos” más bien como "productos psíquicos", incorporando así explícitamente la globalidad de la psiquis humana y sus funciones.
Desde una perspectiva similar, el filósofo germano Karl Jaspers señala que no todo el pensamiento consiste en “conceptos expresados a través de palabras” e indica que el modo de pensar primitivo se construye sobre imágenes, figuras, mitos, dioses, paisajes, colores, fenómenos de la naturaleza, etc. Y afirma que es precisamente esta forma de pensar la que fundamenta nuestro actual “lenguaje en palabras”; de modo tal que el pensamiento arcaico, sin “lenguaje en palabras”, habría cumplido el rol de ser “un germen y una transición” hacia un lenguaje más elaborado.
Por cierto que tanto la lógica como las matemáticas “no habrían prosperado como lo han hecho si los lógicos y los matemáticos hubiesen recordado continuamente que los símbolos deben significar algo”; por lo que es necesario reafirmar el hecho de la existencia paralela de dos formas de lenguaje.
Ambas formas de lenguaje conviven constantemente en nuestro ser, por lo que, de una manera muy general, sería posible entender sucintamente los procesos de comunicación humana como la utilización de referentes para "designar" fenómenos a los cuales se quiere aludir.
En virtud de las particularidades de los procesos comunicacionales es que algunos autores llegan incluso a considerar al lenguaje como “una posesión específica característica de la especie humana”. No obstante, Russell señala que “en materia de lenguaje como en otros ámbitos, hay una gradación continua desde la conducta animal hasta la del más preciso hombre de ciencia”.
El lenguaje de los símbolos, en tanto presente en toda la especie humana, es probablemente la más universal de todas las lenguas. No obstante, en palabras de Erich Fromm, es un "lenguaje olvidado" que aunque es universal y emana en sueños, artefactos, religiones o ideologías, el hombre por lo general no logra apreciarlo conscientemente, quedando a merced de lo que tal lenguaje provoque directamente a su inconsciente personal.
Fromm propone la existencia de tres clases de símbolos: el convencional, el accidental y el universal.
Los símbolos convencionales corresponden a aquellos que no guardan una “relación interna” entre el símbolo y aquello que es representado, sino que su relación es meramente producto de un acuerdo o una costumbre; ejemplo de lo cual serían la mayoría de las palabras utilizadas para designar cosas, así como otros emblemas tales como las banderas de los países o las señales de tránsito.
Los símbolos accidentales serían aquellos que tampoco mantienen una relación interna, no obstante, son producto de experiencias particulares que imprimen al símbolo de un significado distintivo y particular para el individuo que lo observa.
Finalmente, el símbolo universal es aquel en el que se establece una “relación intrínseca” entre el símbolo y lo simbolizado, como por ejemplo el símbolo del fuego, puesto que, entre otras cosas, podemos decir que “describimos con él, una modalidad anímica de energía, ligereza, movimiento, gracia, alegría”.
Por su parte, la Antropología Filosófica de Ernst Cassirer reflexiona entorno a que “el hombre ya no vive solamente en un puro universo físico sino en un ‘universo simbólico’”, de modo tal que el lenguaje, el mito, el arte y la religión vienen a constituirse en partes de dicho universo, conformando “los diversos hilos que tejen la red simbólica, la urdiembre complicada de la experiencia humana”. Y avanza aún más en su radical definición, argumentando que “la razón es un término verdaderamente inadecuado para abarcar las formas de la vida cultural humana en toda su riqueza y diversidad”, puesto que todas esas formas son —según señala Cassirer— de tipo simbólico; concluyendo que “en lugar de definir al hombre como un ‘animal racional’ lo definiremos como un ‘animal simbólico’”.

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